Coche tras coche de la línea Osaka-Kobe —construidos mucho más sólidamente que los trolebuses, tan oscuros y macizos como jaulas de fieras— llegaban, ululaban su silbido y vomitaban una multitud de viajeros a cambio de otra (que inmediatamente engullían) y se marchaban a Osaka. Llegaba un coche cada pocos minutos. Haciendo acopio de todo mi valor, me puse en pie y me acerqué a la puerta de control de billetes, pero entonces el corazón empezó a lastimarme salvajemente y las piernas se negaron a llevarme más lejos. Me pareció haber sido paralizado por un espantoso hechizo. Me volví tambaleante hacia el banco.
—¿Ricksha, señor?
—No, estoy esperando a alguien —le dije al hombre—. Voy a Osaka—. Pero después de haberme librado de él me quedé donde estaba. «Voy a Osaka», había respondido, pero no sé por qué sonó en mis oídos «voy a morir». Qué asombro hubiera sentido el hombre de la ricksha si se me hubiesen cerrado los ojos y me hubiese quedado en el sitio: una cosa tan brusca como la muerte de Svidrigailof en Crimen y Castigo («¡Si alguien te pregunta, dile que me he ido a América!»), cuando se apoyó la pistola en la frente y se pegó un tiro.
"Terror"
Yunichiro Tanizaki
Nos gusta leer y muchas veces encontramos líneas interesantes que queremos recordar después...
martes, 9 de diciembre de 2014
domingo, 7 de diciembre de 2014
Arrancar cabello
Momentos después dejaba caer la mano y miraba estupefacto. Vio una figura fantasmal inclinada sobre un cadáver. Parecía una vieja, enjuta, canosa, con aire de monja. La tea de pino que traía en la mano derecha le servía para asomarse a mirar el rostro de una muerta de largo pelo negro.
Sobrecogido de horror más que de curiosidad, se olvidó incluso de respirar por un tiempo. Sintió que el cabello y la piel se le erizaban. Mientras observaba aterrado aquella escena, la vieja calzó la tea entre dos tablas del suelo y, agarrando el cadáver por la cabeza, comenzó a arrancar uno a uno sus largos cabellos igual que una mona despioja a su prole. Aquellas hebras se desprendían suavemente al compás de sus manos.
Mientras la miraba arrancar los cabellos sintió que el miedo que llevaba metido en el corazón se desvanecía y que en su lugar brotaba un enconado odio a la vieja. Era un odio que trascendía, convirtiéndose en una devoradora aversión contra las formas del mal.
"Rashomon"
Ruynosuke Agutagawa
Sobrecogido de horror más que de curiosidad, se olvidó incluso de respirar por un tiempo. Sintió que el cabello y la piel se le erizaban. Mientras observaba aterrado aquella escena, la vieja calzó la tea entre dos tablas del suelo y, agarrando el cadáver por la cabeza, comenzó a arrancar uno a uno sus largos cabellos igual que una mona despioja a su prole. Aquellas hebras se desprendían suavemente al compás de sus manos.
Mientras la miraba arrancar los cabellos sintió que el miedo que llevaba metido en el corazón se desvanecía y que en su lugar brotaba un enconado odio a la vieja. Era un odio que trascendía, convirtiéndose en una devoradora aversión contra las formas del mal.
"Rashomon"
Ruynosuke Agutagawa
domingo, 30 de noviembre de 2014
Crecer espiritualmente
Son las circunstancias excepcionalmente adversas o difíciles las que otorgan al hombre la oportunidad de crecer espiritualmente más allá de sí mismo. En vez de aceptar las dificultades del campo como una prueba de su entereza humana, juzgaba su situación como un error o un paréntesis del destino, como algo privado de cualquier consistencia existencial. Preferían cerrar los ojos y refugiarse en el pasado. Para esas personas se oscurece el sentido de la vida, la vida pierde todo su sentido
"El hombre en busca de sentido"
Victor Frankl
Editorial Herder
p.97
"El hombre en busca de sentido"
Victor Frankl
Editorial Herder
p.97
miércoles, 29 de octubre de 2014
Mayu
Quizás en aquel momento a los dos nos vino al pensamiento Mayu.
Por alguna razón, el sol, la conversación sobre mi hermano, la atmósfera de aquel día, me había inducido fuertemente a pensar en Mayu, en el hecho de que ella estuviera entre Ryūichirō y yo. En aquel cielo, en aquel paisaje, había algo que se le parecía tanto que me extrañaba no haber pensado en ella hasta ese momento.
Sus dientes blancos como las perlas, las manos que, siempre, desde niña, había tenido pequeñas.
Su espalda, sus hombros encorvados mientras comía sandía. Sus piernas estiradas, las uñas de los pies pintadas.
Los reflejos castaños de sus cabellos recién pintados.
Todo eso. Le gustaba los días de buen tiempo, y los que más le importaba de un apartamento era que estuviera bien orientado al sol.
Su sonrisa, su sonrisa infinitamente delicada, de una dulzura especial, su risa, que se expandía como círculos en el agua, resonante como una campanilla.
Todas estas imágenes de Mayu volvieron a presentárseme de improviso con una vitalidad impresionante, y el deseo de verla se hizo apremiante, doloroso, insostenible.
Parecía absurdo que por primera vez desde su muerte sintiese precisamente bajo aquel cielo extranjero un deseo tan fuerte de ver a mi hermana, con la que nunca más podría reunirme. Creo que fue porque hasta ese momento había alimentado en alguna parte de mi corazón una especie de resentimiento hacia ella, como si me hubiera sentido ofendida, traicionada por ella por haber muerto antes que yo, pensando sólo en ella.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.208
Por alguna razón, el sol, la conversación sobre mi hermano, la atmósfera de aquel día, me había inducido fuertemente a pensar en Mayu, en el hecho de que ella estuviera entre Ryūichirō y yo. En aquel cielo, en aquel paisaje, había algo que se le parecía tanto que me extrañaba no haber pensado en ella hasta ese momento.
Sus dientes blancos como las perlas, las manos que, siempre, desde niña, había tenido pequeñas.
Su espalda, sus hombros encorvados mientras comía sandía. Sus piernas estiradas, las uñas de los pies pintadas.
Los reflejos castaños de sus cabellos recién pintados.
Todo eso. Le gustaba los días de buen tiempo, y los que más le importaba de un apartamento era que estuviera bien orientado al sol.
Su sonrisa, su sonrisa infinitamente delicada, de una dulzura especial, su risa, que se expandía como círculos en el agua, resonante como una campanilla.
Todas estas imágenes de Mayu volvieron a presentárseme de improviso con una vitalidad impresionante, y el deseo de verla se hizo apremiante, doloroso, insostenible.
Parecía absurdo que por primera vez desde su muerte sintiese precisamente bajo aquel cielo extranjero un deseo tan fuerte de ver a mi hermana, con la que nunca más podría reunirme. Creo que fue porque hasta ese momento había alimentado en alguna parte de mi corazón una especie de resentimiento hacia ella, como si me hubiera sentido ofendida, traicionada por ella por haber muerto antes que yo, pensando sólo en ella.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.208
Kozumi
—Nací en un pueblo de pescadores de la provincia de Shizuoka —sonrió Kozumi—. Creo que mi padre era tío de mi madre. O quizá tuvieran una relación de parentesco todavía más estrecha, no estoy seguro. —No especificó nada más al respecto—. Pero todos mis hermanos tenían un aspecto completamente normal.
(...)
—Mis padres eran unas personas muy corrientes. Mi padre era un pescador fuerte y robusto, y mi madre, la típica mujer gorda de pueblo. Los dos eran muy buena gente, todos los vecinos los querían. Tuvieron cinco hijos. Un chico y una chica mayores que yo, y otros dos chicos más pequeños. Como la casa no tenía muchas habitaciones, dormíamos los cinco juntos. Nuestra madre nos regañaba, porque armábamos tanto jaleo que era imposible dormir. Siempre estábamos contentos, todos y cada uno de los días de nuestras vida. Así transcurrió nuestra infancia.
»La hora de la cena también era un auténtico barullo, éramos tan alegres y alborotábamos tanto que reinaba una confusión total. Mi hermano y mi hermana, algo más mayores, cuidaban de nosotros, los tres pequeños. Dejadme que os lo diga, éramos felices. Para que os hagáis una idea, de pequeño nunca sufí por el hecho de tener la piel más clara que los demás.
»Yo sentía que era diferente a mis hermanos en algo, pero no en eso. A veces, no sabía por qué, tenía premoniciones: sabía qué tiempo haría, si alguien se haría daño, las notas de los exámenes escritos. Cosas sin importancia.
»Pero había una cosa que me daba mucho miedo y que no me atrevía a confiar a nadie. Cuando se hacía de noche y seguíamos alborotando como siempre a la tenue luz de una lamparilla, oíamos acercarse los pasos de mamá. La puerta se abría de repente y ella gritaba: "¡Basta ya, a dormir!". Nos reíamos, nos poníamos a hablar en voz baja... y finalmente nos quedábamos dormidos. Yo también dormía como un lirón. Acababa un día hermoso y el siguiente sería igual de feliz.
»Pero a veces me despertaba de pronto en mitad de la noche. No me sucedía con frecuencia, creo que una vez al año.
»Me despertaba tan bruscamente que pensaba que alguien había encendido la luz. Siempre sucedía así. Después percibía un olor a azufre. "¿Qué será?", me preguntaba, y lo primero que se me ocurría era que alguien se había tirado un pedo. Pero no se trataba de un olor tan banal. Era un olor del que me resultaba imposible liberarme: parecía provenir de mi propio cerebro. Yo miraba a mis hermanos: iluminados por la luz de la luna y por la de la lamparilla, dormían inmóviles como muertos, pero con la sana respiración del sueño. Era una escena tranquila y sosegaste. Me quedaba contemplando el rostro de mi hermana, las cejas esperar de mi hermano mayor, las naricitas de mis hermanos pequeños. Me parecían más débiles, más vulnerables que de día, y eso me entristecía un poco. Pero a la mañana del siguiente día todos se despertarían alborotando, se pelearían por entrar en el cuarto de baño, verían la televisión, serían antipáticos y adorables. Volvería la alegría y yo ya no estaría solo. Pensar en eso me hacía feliz, sentía que dentro de poco me quedaría dormido. Pero el olor a azufre no se iba. Después, de repente, una voz susurraba algo, siempre lo mismo. "Sólo quedarás tú", decía.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.167
(...)
—Mis padres eran unas personas muy corrientes. Mi padre era un pescador fuerte y robusto, y mi madre, la típica mujer gorda de pueblo. Los dos eran muy buena gente, todos los vecinos los querían. Tuvieron cinco hijos. Un chico y una chica mayores que yo, y otros dos chicos más pequeños. Como la casa no tenía muchas habitaciones, dormíamos los cinco juntos. Nuestra madre nos regañaba, porque armábamos tanto jaleo que era imposible dormir. Siempre estábamos contentos, todos y cada uno de los días de nuestras vida. Así transcurrió nuestra infancia.
»La hora de la cena también era un auténtico barullo, éramos tan alegres y alborotábamos tanto que reinaba una confusión total. Mi hermano y mi hermana, algo más mayores, cuidaban de nosotros, los tres pequeños. Dejadme que os lo diga, éramos felices. Para que os hagáis una idea, de pequeño nunca sufí por el hecho de tener la piel más clara que los demás.
»Yo sentía que era diferente a mis hermanos en algo, pero no en eso. A veces, no sabía por qué, tenía premoniciones: sabía qué tiempo haría, si alguien se haría daño, las notas de los exámenes escritos. Cosas sin importancia.
»Pero había una cosa que me daba mucho miedo y que no me atrevía a confiar a nadie. Cuando se hacía de noche y seguíamos alborotando como siempre a la tenue luz de una lamparilla, oíamos acercarse los pasos de mamá. La puerta se abría de repente y ella gritaba: "¡Basta ya, a dormir!". Nos reíamos, nos poníamos a hablar en voz baja... y finalmente nos quedábamos dormidos. Yo también dormía como un lirón. Acababa un día hermoso y el siguiente sería igual de feliz.
»Pero a veces me despertaba de pronto en mitad de la noche. No me sucedía con frecuencia, creo que una vez al año.
»Me despertaba tan bruscamente que pensaba que alguien había encendido la luz. Siempre sucedía así. Después percibía un olor a azufre. "¿Qué será?", me preguntaba, y lo primero que se me ocurría era que alguien se había tirado un pedo. Pero no se trataba de un olor tan banal. Era un olor del que me resultaba imposible liberarme: parecía provenir de mi propio cerebro. Yo miraba a mis hermanos: iluminados por la luz de la luna y por la de la lamparilla, dormían inmóviles como muertos, pero con la sana respiración del sueño. Era una escena tranquila y sosegaste. Me quedaba contemplando el rostro de mi hermana, las cejas esperar de mi hermano mayor, las naricitas de mis hermanos pequeños. Me parecían más débiles, más vulnerables que de día, y eso me entristecía un poco. Pero a la mañana del siguiente día todos se despertarían alborotando, se pelearían por entrar en el cuarto de baño, verían la televisión, serían antipáticos y adorables. Volvería la alegría y yo ya no estaría solo. Pensar en eso me hacía feliz, sentía que dentro de poco me quedaría dormido. Pero el olor a azufre no se iba. Después, de repente, una voz susurraba algo, siempre lo mismo. "Sólo quedarás tú", decía.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.167
martes, 28 de octubre de 2014
Televisor
Me acordé de una frase de Yõko Ono que había leído en algún sitio.
Decía más o menos así: «A menudo pensamos que el televisor es como un amigo, pero en realidad no es muy diferente a un muro. De hecho, aunque entre un ladrón y mate al dueño de la casa, el televisor continúa transmitiendo como si nada».
Decía más o menos así: «A menudo pensamos que el televisor es como un amigo, pero en realidad no es muy diferente a un muro. De hecho, aunque entre un ladrón y mate al dueño de la casa, el televisor continúa transmitiendo como si nada».
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p. 133
La zona muerta
Si le había ocurrido al protagonista de La zona muerta, que había sufrido una lesión cerebral, por qué no iba a ocurrirme a mí.
Pero da igual, no me importa morir.
He llevado una vida interesante y no me arrepiento de nada. Yo, que no tengo ni obras, ni herencia, ni hijos, ni nada para dejar, desapareceré así, en un instante.
Pero da igual, no me importa morir.
He llevado una vida interesante y no me arrepiento de nada. Yo, que no tengo ni obras, ni herencia, ni hijos, ni nada para dejar, desapareceré así, en un instante.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p. 119
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Yo no me considero una persona normal.
Me he dado un golpe en la cabeza, tengo una familia complicada y diversos problemas. Todo ello me provoca cierta inquietud.
Así que no hago más que pensar en el significado de la vida y en cosas por el estilo, pero no me apetece compartir estos pensamientos con los demás. Porque, además, aunque uno no hable de ellos, acaba compartiéndolos igualmente. No es necesario hablar de ellos y comprenderlos juntos. Hacerlo es una equivocación. Cuando se empieza a contar algo precioso, ese algo se desgasta de forma progresiva. La gente se tranquiliza así, pero no se da cuenta de que, al final, de esos pensamientos importantes sólo quedan los contornos.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.71
Me he dado un golpe en la cabeza, tengo una familia complicada y diversos problemas. Todo ello me provoca cierta inquietud.
Así que no hago más que pensar en el significado de la vida y en cosas por el estilo, pero no me apetece compartir estos pensamientos con los demás. Porque, además, aunque uno no hable de ellos, acaba compartiéndolos igualmente. No es necesario hablar de ellos y comprenderlos juntos. Hacerlo es una equivocación. Cuando se empieza a contar algo precioso, ese algo se desgasta de forma progresiva. La gente se tranquiliza así, pero no se da cuenta de que, al final, de esos pensamientos importantes sólo quedan los contornos.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.71
lunes, 27 de octubre de 2014
Todos fantasmas
Miré la foto en la que se nos veía a mi padre y a mí jugando en el parque, en una caja de arena. Aún podía percibir el olor a aire húmedo de aquel día. En otra de las fotos aparecían él y mi madre jugando en la playa, bajo un sol abrasador.
Aunque todo lo que pertenece al pasado no se pueda cambiar ni mover, el color del espacio que flota en las fotografías me asalta como si estuviera vivo.
Pensé en Miyamoto: quizás aquella noche estuviera hojeando un álbum de fotos con mi mismo estado de ánimo. Al igual que ella, yo también estaba marcada por las indelebles huellas del pasado, que flotaban en el presente como en un espacio suspendido. Quizás nos pareciéramos en eso.
Continué hojeando el álbum.
La caligrafía de mi padre en las notas que aparecían junto a algunas fotos.
Los garabatos de Mayu.
Todos fantasmas.
Que ahora yo, sentada aquí, miro.
Aunque todo lo que pertenece al pasado no se pueda cambiar ni mover, el color del espacio que flota en las fotografías me asalta como si estuviera vivo.
Pensé en Miyamoto: quizás aquella noche estuviera hojeando un álbum de fotos con mi mismo estado de ánimo. Al igual que ella, yo también estaba marcada por las indelebles huellas del pasado, que flotaban en el presente como en un espacio suspendido. Quizás nos pareciéramos en eso.
Continué hojeando el álbum.
La caligrafía de mi padre en las notas que aparecían junto a algunas fotos.
Los garabatos de Mayu.
Todos fantasmas.
Que ahora yo, sentada aquí, miro.
"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p. 60
miércoles, 3 de septiembre de 2014
台所で息絶える
いつか死ぬときがきたら、台所で息絶えたい。ひとり寒いところでも、誰かがいてあたたかいところでも、私はおびえずにちゃんと見つめたい。台所なら、いいなと思う。
「キッチン」
吉本ばなな
角川文庫
1991年、日本
「キッチン」
吉本ばなな
角川文庫
1991年、日本
martes, 15 de julio de 2014
Muchedumbre
José Enrique Rodó escribió este ensayo en 1900. Critica el imperialismo estadounidense que se viene filtrando en las jóvenes democracias latinoamericanas. Ensayo más que pragmático, poético.
Y fue entonces, tras el prolongado silencio, cuando el más joven del grupo, a quien llamaban Enjolrás por su ensimismamiento reflexivo, dijo, señalando sucesivamente la perezosa ondulación del rebaño humano y la radiante hermosura de la noche:
—Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira al cielo, el cielo la mira.
"Ariel"
José Enrique Rodó
Red Ediciones, 2011
Y fue entonces, tras el prolongado silencio, cuando el más joven del grupo, a quien llamaban Enjolrás por su ensimismamiento reflexivo, dijo, señalando sucesivamente la perezosa ondulación del rebaño humano y la radiante hermosura de la noche:
—Mientras la muchedumbre pasa, yo observo que, aunque ella no mira al cielo, el cielo la mira.
"Ariel"
José Enrique Rodó
Red Ediciones, 2011
domingo, 22 de junio de 2014
Primeros libros para la biblioteca
Después de la muerte de Wins Caballero y de nuestro amado padre la casa en la que crecimos mi hermana y yo quedó vacía, con un destino completamente incierto y legalmente desprotegida.
Afortunadamente mi hermano ha podido arreglar su situación jurídica y por otra parte, el sueño de Wins Caballero de convertir su cuarto en una biblioteca se va volviendo realidad.
Pues resulta que un par de amigos quienes desde hace varios años iniciaron un proyecto de fomento a la lectura aceptaron establecerse en la casa de Wins Caballero y así concretizar una nueva etapa para ellos: la formación de una biblioteca popular cuyos temas centrales serán la diversidad cultural y la cultura de paz.
La idea más que gustarme me hace sentir como si los huesos que había perdido con la muerte de Wins y papá regresaran a mi cuerpo, y una vez más me dieran forma y sostén.
Todos los días pienso en Wins y en lo aburrido que me parecen muchas cosas sin la opinión de ella. No importa encontrar un buen libro ya porque ya no está a quién contárselo. No hay quien entienda el significado de encontrar un buen libro.
Sin embargo entro en una pesada encrucijada porque los buenos libros siguen apareciendo.
Quizás ahora que la biblioteca empiece a tomar forma le pueda presentar a Wins los buenos libros que vaya encontrando aún después de su partida.
La tarde de hoy he "asaltado" la librería Narnia en compañía de Capuccino. Aunque buscaba "El ninja rojo" no lo pude comprar porque estaba agotado. Había decidido salir con un buen libro así que me puse a leer varios. Al final me decidí por estos tres títulos. Serán los primeros libros que envíe a la biblioteca.
lunes, 9 de junio de 2014
Mi nombre es Wins
El sábado pasado ha sido el cumpleaños de Wins Caballero. En su honor, con la ayuda de Chibinekomancer hemos hecho un sitio ( http://ceciliacaballero.com) para recordarla. Escrito en primera persona, como si yo fuera Wins, hablo de los gustos personales de mi hermana y sobre algunas anécdotas de su vida. También he publicado algunos de sus dibujos. Con el tiempo espero que podamos seguir enriqueciendo el sitio para que se acerque más a lo que fue Wins —para mí—: creatividad y arte.
Wins fue una literata en ciernes que por largos años escribió mucho. De hecho, escribió desde niña, y escribió como un pasatiempo, como quien ve la TV la tarde de un domingo, sin pretender más, con el mero objeto de divertirse.
Sus historias, lamentablemente, muchas de ellas sin fin, se han quedado en la oscuridad de su habitación, entre el polvo y la tristeza, ingenuas esperado a que su creadora vuelva a dialogar con ellas.
Como su hermana y amiga he tenido que pensar mucho sobre el fin de sus pertenencias personales. Si bien cosas materiales, ropa, zapatos, muebles, se pueden vender o regalar, no sucede lo mismo con sus dibujos y escritos. Sin pensármelo dos veces, he decidido quedarme con sus dibujos y empezar a decorar las paredes de mi cuarto con sus creaciones. Sin embargo, ¿qué hacer con sus novelas en las que Wins dejó un pedazo de su alma?
Virginia Woolf asesinó a Septimus, salvado así a Clarissa Dalloway, personaje principal de una de las obras más prestigiadas de la escritora. ¿Pero por qué debe morir alguien? —preguntó Leonard a su esposa.
Por contraste —fue la respuesta.
El autor de la vida de Wins decidió que era mejor asesinar al personaje principal y acabar la novela de manera abrupta, mostrándome que la vida no era como la había vivido. Donde se ríe y se vive, también se llora y con amargura. También se pudre y se muere. Para apreciar la vida hace falta la muerte. Ese era el contraste de Virginia Woolf, que aprendió por primera vez con la muerte de su madre, luego, con la muerte de Vanessa, su hermanastra que fuera para ella su segunda madre. Y después con la muerte de Tobby, su hermano.
Quizás por contraste también, aunque la autora muera, sus palabras tendrán que vivir.
"Feliz cumpleaños, Jake Peter"
Wins fue una literata en ciernes que por largos años escribió mucho. De hecho, escribió desde niña, y escribió como un pasatiempo, como quien ve la TV la tarde de un domingo, sin pretender más, con el mero objeto de divertirse.
Sus historias, lamentablemente, muchas de ellas sin fin, se han quedado en la oscuridad de su habitación, entre el polvo y la tristeza, ingenuas esperado a que su creadora vuelva a dialogar con ellas.
Como su hermana y amiga he tenido que pensar mucho sobre el fin de sus pertenencias personales. Si bien cosas materiales, ropa, zapatos, muebles, se pueden vender o regalar, no sucede lo mismo con sus dibujos y escritos. Sin pensármelo dos veces, he decidido quedarme con sus dibujos y empezar a decorar las paredes de mi cuarto con sus creaciones. Sin embargo, ¿qué hacer con sus novelas en las que Wins dejó un pedazo de su alma?
Virginia Woolf asesinó a Septimus, salvado así a Clarissa Dalloway, personaje principal de una de las obras más prestigiadas de la escritora. ¿Pero por qué debe morir alguien? —preguntó Leonard a su esposa.
Por contraste —fue la respuesta.
El autor de la vida de Wins decidió que era mejor asesinar al personaje principal y acabar la novela de manera abrupta, mostrándome que la vida no era como la había vivido. Donde se ríe y se vive, también se llora y con amargura. También se pudre y se muere. Para apreciar la vida hace falta la muerte. Ese era el contraste de Virginia Woolf, que aprendió por primera vez con la muerte de su madre, luego, con la muerte de Vanessa, su hermanastra que fuera para ella su segunda madre. Y después con la muerte de Tobby, su hermano.
Quizás por contraste también, aunque la autora muera, sus palabras tendrán que vivir.
"Feliz cumpleaños, Jake Peter"
miércoles, 21 de mayo de 2014
Inglés obligatorio
El niño Carlos termina por enamorarse de la mamá de su mejor amigo. De un momento a otro explota y decide declararle su amor. Mariana, la mamá de su mejor amigo, lo ve con ternura, le explica que lo suyo es imposible... pero la situación no terminará ahí. Todos se enteran de lo sucedido, y los papás de Carlitos deciden mandarlo con el especialista.
"Las batallas en el desierto" de José Emilio Pacheco, un libro que todos los mexicanos debemos leer, en mi opinión. Sencillo pero hilarante y nostálgico.
El psiquiatra me interrogó y apuntó cuanto le decía en unas hojas amarillas rayadas. No supe contestar. Yo ignoraba el vocabulario de su oficio y no hubo ninguna comunicación posible. Nunca me había imaginado las cosas que me preguntó acerca de mi madre y mis hermanas. Después me hicieron dibujar a cada miembro de la familia y pintar árboles y casas. Más tarde me examinaron con la prueba de Rorschach (¿Habrá alguien que no vea monstruos en las manchas de tinta?), con números, figuras geométricas y frases que yo debía completar. Eran tan bobas como mis respuestas.
“Mi mayor placer”: Subirme a los árboles y escalar las fachadas de las casas antiguas, la nieve de limón, los días de lluvia, las películas de aventuras, las novelas de Salgari. O no: más bien quedarme en cama despierto. Pero mi padre me levanta a las seis y media para que haga ejercicio, inclusive sábados y domingos.
“Lo que más odio”: La crueldad con la gente y con los animales, la violencia, los gritos, la presunción, los abusos de los hermanos mayores, la aritmética, que haya quienes no tiene para comer mientras otros se quedan con todo; encontrar dientes de ajo en el arroz o en los guisados; que poden los árboles o los destruyan; ver que tiren el pan a la basura.
La muchacha que me hizo las últimas pruebas conversó delante de mí con el otro. Hablaron como si yo fuera un mueble.
—Es un problema edípico clarísimo, doctor. El niño tiene una inteligencia muy por debajo de lo normal. Está sobreprotegido y es sumiso. Madre castrante, tal vez escena primaria: fue a ver a esa señora a sabiendas de que podría encontrarla con su amante.
—Discúlpeme, Elisita, pero creo todo lo contrario: el chico es listísimo y extraordinariamente precoz, tanto que a los quince años podría convertirse en un perfecto idiota. La conducta atípica se debe a que padre desprotección, rigor excesivo de ambos progenitores, agudos sentimientos de inferioridad: Es, no lo olvide, de muy corta estatura para su edad y resulta el último de los hermanos varones. Fíjese cómo se identifica con las víctimas, con los animales y los árboles que no pueden defenderse. Anda en busca del afecto que no encuentra en la constelación familiar.
Me dieron ganas de gritarles: Imbéciles, siquiera pónganse de acuerdo antes de seguir diciendo pendejadas en un lenguaje que ni ustedes mismos entienden. ¿Por qué tienen que pegarle etiquetas a todo? ¿Por qué no se dan cuenta de que uno simplemente se enamora de alguien? ¿Ustedes nunca se han enamorado de nadie? Pero el tipo vino hacia mí y dijo: Ya puedes irte, mano. Enviaremos el resultado de los tests a tu papi.
"Las batallas en el desierto"
José Emilio Pacheco
Ediciones Era, 2011
México, D.F.
"Las batallas en el desierto" de José Emilio Pacheco, un libro que todos los mexicanos debemos leer, en mi opinión. Sencillo pero hilarante y nostálgico.
El psiquiatra me interrogó y apuntó cuanto le decía en unas hojas amarillas rayadas. No supe contestar. Yo ignoraba el vocabulario de su oficio y no hubo ninguna comunicación posible. Nunca me había imaginado las cosas que me preguntó acerca de mi madre y mis hermanas. Después me hicieron dibujar a cada miembro de la familia y pintar árboles y casas. Más tarde me examinaron con la prueba de Rorschach (¿Habrá alguien que no vea monstruos en las manchas de tinta?), con números, figuras geométricas y frases que yo debía completar. Eran tan bobas como mis respuestas.
“Mi mayor placer”: Subirme a los árboles y escalar las fachadas de las casas antiguas, la nieve de limón, los días de lluvia, las películas de aventuras, las novelas de Salgari. O no: más bien quedarme en cama despierto. Pero mi padre me levanta a las seis y media para que haga ejercicio, inclusive sábados y domingos.
“Lo que más odio”: La crueldad con la gente y con los animales, la violencia, los gritos, la presunción, los abusos de los hermanos mayores, la aritmética, que haya quienes no tiene para comer mientras otros se quedan con todo; encontrar dientes de ajo en el arroz o en los guisados; que poden los árboles o los destruyan; ver que tiren el pan a la basura.
La muchacha que me hizo las últimas pruebas conversó delante de mí con el otro. Hablaron como si yo fuera un mueble.
—Es un problema edípico clarísimo, doctor. El niño tiene una inteligencia muy por debajo de lo normal. Está sobreprotegido y es sumiso. Madre castrante, tal vez escena primaria: fue a ver a esa señora a sabiendas de que podría encontrarla con su amante.
—Discúlpeme, Elisita, pero creo todo lo contrario: el chico es listísimo y extraordinariamente precoz, tanto que a los quince años podría convertirse en un perfecto idiota. La conducta atípica se debe a que padre desprotección, rigor excesivo de ambos progenitores, agudos sentimientos de inferioridad: Es, no lo olvide, de muy corta estatura para su edad y resulta el último de los hermanos varones. Fíjese cómo se identifica con las víctimas, con los animales y los árboles que no pueden defenderse. Anda en busca del afecto que no encuentra en la constelación familiar.
Me dieron ganas de gritarles: Imbéciles, siquiera pónganse de acuerdo antes de seguir diciendo pendejadas en un lenguaje que ni ustedes mismos entienden. ¿Por qué tienen que pegarle etiquetas a todo? ¿Por qué no se dan cuenta de que uno simplemente se enamora de alguien? ¿Ustedes nunca se han enamorado de nadie? Pero el tipo vino hacia mí y dijo: Ya puedes irte, mano. Enviaremos el resultado de los tests a tu papi.
"Las batallas en el desierto"
José Emilio Pacheco
Ediciones Era, 2011
México, D.F.
jueves, 15 de mayo de 2014
Marius le explica a Lestat porqué le rescató
Muy pocos seres buscan de verdad el conocimiento en este mundo. Mortales o inmortales, son escasos los que hacen preguntas. Al contrario, casi todos intentan extraer de lo desconocido las respuestas a las que ya han dado forma en sus propias mentes; justificaciones, confirmaciones, formas de consuelo sin las cuales serían incapaces de continuar adelante. Preguntar de verdad es abrir la puerta al torbellino.
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
viernes, 2 de mayo de 2014
La muerte según Lestat
Quizá, por algún sublime milagro, la Muerte está viva y nos toma en sus brazos, y esa figura que se acerca no es un vampiro, sino la personificación misma del paraíso y sus bienaventuranzas.
Y con ella nos alzamos más y más, hacia las estrellas. Dejamos atrás a los ángeles y los santos, dejamos atrás la luz misma y penetramos en la divina oscuridad, en el vacío, al tiempo que dejamos atrás la existencia. Y todos nuestros actos son perdonados y disueltos en el olvido.
La destrucción de Nicolas se convierte en un débil punto de luz que se desvanece. La muerte de mis hermanos se desintegra en la gran paz de lo inevitable.
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
Y con ella nos alzamos más y más, hacia las estrellas. Dejamos atrás a los ángeles y los santos, dejamos atrás la luz misma y penetramos en la divina oscuridad, en el vacío, al tiempo que dejamos atrás la existencia. Y todos nuestros actos son perdonados y disueltos en el olvido.
La destrucción de Nicolas se convierte en un débil punto de luz que se desvanece. La muerte de mis hermanos se desintegra en la gran paz de lo inevitable.
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
jueves, 1 de mayo de 2014
Nicolas entre los recuerdos de Lestat
De vez en cuando, me parece que Nicolas y yo revivimos nuestras mejores conversaciones. «Estoy más allá de todo dolor y de todo pecado», me dice. «Pero ¿tú sientes algo?», le pregunto yo. «¿Es eso lo que significa verse libre de este estado? ¿Que uno deja de sentir?» ¿Que desaparecen la pesadumbre, la sed, el éxtasis? En esos momento, me resulta interesante que nuestro concepto de paraíso sea el de un éxtasis. Las bienaventuranzas del cielo. Y que nuestra imagen del averno sea la de un dolor. El fuego del infierno. Así pues, no nos parece demasiado bien no sentir nada, ¿verdad? (...)
Bendito silencio. Salvo el sonido del violín. Y los blancos dedos de Nicolas pulsando las cuerdas, y el arco moviéndose veloz bajo el foco, y los rostros de las marionetas inmortales, entre fascinadas y divertidas. Cien años atrás, los parisienses le habrán capturado. No habría tenido que arrojarse a la hoguera él mismo. Y también me habrían capturado a mí. Pero lo dudo.
No, jamás habría existido un lugar de las brujas para mí.
Ahora, Nicolas vive en mi recuerdo. Una piadosa frase mortal. ¿Y qué clase de vida es ésta? Si a mí no me gusta vivir aquí, ¿qué significará vivir en el recuerdo de otro? Nada, me parece. No estás realmente ahí, ¿verdad?
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
Bendito silencio. Salvo el sonido del violín. Y los blancos dedos de Nicolas pulsando las cuerdas, y el arco moviéndose veloz bajo el foco, y los rostros de las marionetas inmortales, entre fascinadas y divertidas. Cien años atrás, los parisienses le habrán capturado. No habría tenido que arrojarse a la hoguera él mismo. Y también me habrían capturado a mí. Pero lo dudo.
No, jamás habría existido un lugar de las brujas para mí.
Ahora, Nicolas vive en mi recuerdo. Una piadosa frase mortal. ¿Y qué clase de vida es ésta? Si a mí no me gusta vivir aquí, ¿qué significará vivir en el recuerdo de otro? Nada, me parece. No estás realmente ahí, ¿verdad?
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
lunes, 28 de abril de 2014
Lestat yace atormentado bajo tierra
Me estaba muriendo O eso pensé. Era incapaz de contar las noches que habían transcurrido. Tenía que levantarme e ir a Alejandría. Tenía que cruzar el océano. Pero eso significaba moverse, abrirse paso en la tierra, rendirse a la sed.
No cedería a ella.
La sed llegó. La sed pasó. Fue el tormento y el fuego, y mi mente padeció la sed igual que la sufría mi corazón, y éste se hizo más y más grande, su latir más y más sonoro. Pero, a pesar de todo, seguí sin ceder.
Tal vez los mortales, encima de mí, pudieron oír mi corazón. De vez en cuando, les vi como breves llamaradas en la oscuridad y escuché sus voces parloteando en una lengua extranjera. Sin embargo, la mayor parte del tiempo sólo vi la oscuridad. Sólo escuché las tinieblas.
Finalmente, fui la sed misma yaciendo bajo tierra, envuelto en sueños rojos, y la paulatina certeza de que estaba demasiado débil para abrirme paso entre la blanda tierra arenosa, para poder poner la rueda en marcha otra vez.
Exacto. No podía levantarme de allí aunque quisiera. No podía moverme en absoluto. Respiraba. Seguí respirando. Pero no de la manera en que lo hacían los mortales. El latido del corazón me retumbaba en los oídos.
Pero no morí. Sólo me consumí. Igual que aquellos seres torturados tras los muros de la cripta bajo Les Innocents, metáforas desamparadas del sufrimiento universal que pasa desapercibido, que no deja constancia, que es ignorado.
Mis manos se hicieron garras y mi cuerpo quedó reducido a piel y huesos y los ojos me saltaban de las órbitas. Es interesante que nosotros, los vampiros, podamos permanecer en ese estado para siempre, que sigamos existiendo incluso si no bebemos, si no nos entregamos a ese placer exquisito y fatal. Sería interesante, si no fuera porque cada latido del corazón significaba tal agonía. Y si pudiera detener mis pensamientos:
Nicolas de Lenfent ha dejado de existir. Mis hermanos han muerto. El sabor apagado del vino, el sonido de los aplausos. «¿Pero no crees que sea bueno lo que hacemos aquí, dar felicidad a la gente?»
«¿Bueno? ¿De qué estás hablando? ¿Bueno?»
«¡Es algo bueno, produce algún bien, hay bondad en ello! Dios santo, incluso si este mundo carece de sentido, sin duda puede seguir existiendo en él la bondad. Es bueno comer, beber, reír... estar juntos...»
Risas. Aquella música desquiciada. Aquella estridencia, aquella disonancia, aquella interminable expresión chillona y penetrante del vacío y la ausencia de sentido...
¿Estoy despierto? ¿Estoy dormido? De una cosa estoy seguro. De que soy un monstruo. Y, gracias a que yazgo atormentado bajo tierra, algunos seres humanos pueden atravesar el estrecho desfiladero de la vida sin sobresaltos.
Gabrielle ya debe de estar en las junglas de África.
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
No cedería a ella.
La sed llegó. La sed pasó. Fue el tormento y el fuego, y mi mente padeció la sed igual que la sufría mi corazón, y éste se hizo más y más grande, su latir más y más sonoro. Pero, a pesar de todo, seguí sin ceder.
Tal vez los mortales, encima de mí, pudieron oír mi corazón. De vez en cuando, les vi como breves llamaradas en la oscuridad y escuché sus voces parloteando en una lengua extranjera. Sin embargo, la mayor parte del tiempo sólo vi la oscuridad. Sólo escuché las tinieblas.
Finalmente, fui la sed misma yaciendo bajo tierra, envuelto en sueños rojos, y la paulatina certeza de que estaba demasiado débil para abrirme paso entre la blanda tierra arenosa, para poder poner la rueda en marcha otra vez.
Exacto. No podía levantarme de allí aunque quisiera. No podía moverme en absoluto. Respiraba. Seguí respirando. Pero no de la manera en que lo hacían los mortales. El latido del corazón me retumbaba en los oídos.
Pero no morí. Sólo me consumí. Igual que aquellos seres torturados tras los muros de la cripta bajo Les Innocents, metáforas desamparadas del sufrimiento universal que pasa desapercibido, que no deja constancia, que es ignorado.
Mis manos se hicieron garras y mi cuerpo quedó reducido a piel y huesos y los ojos me saltaban de las órbitas. Es interesante que nosotros, los vampiros, podamos permanecer en ese estado para siempre, que sigamos existiendo incluso si no bebemos, si no nos entregamos a ese placer exquisito y fatal. Sería interesante, si no fuera porque cada latido del corazón significaba tal agonía. Y si pudiera detener mis pensamientos:
Nicolas de Lenfent ha dejado de existir. Mis hermanos han muerto. El sabor apagado del vino, el sonido de los aplausos. «¿Pero no crees que sea bueno lo que hacemos aquí, dar felicidad a la gente?»
«¿Bueno? ¿De qué estás hablando? ¿Bueno?»
«¡Es algo bueno, produce algún bien, hay bondad en ello! Dios santo, incluso si este mundo carece de sentido, sin duda puede seguir existiendo en él la bondad. Es bueno comer, beber, reír... estar juntos...»
Risas. Aquella música desquiciada. Aquella estridencia, aquella disonancia, aquella interminable expresión chillona y penetrante del vacío y la ausencia de sentido...
¿Estoy despierto? ¿Estoy dormido? De una cosa estoy seguro. De que soy un monstruo. Y, gracias a que yazgo atormentado bajo tierra, algunos seres humanos pueden atravesar el estrecho desfiladero de la vida sin sobresaltos.
Gabrielle ya debe de estar en las junglas de África.
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
viernes, 25 de abril de 2014
Lestat sueña con su familia
Soñé con mi familia. En el sueño, estábamos todos abrazados unos a otros. Incluso Gabrielle se hallaba presente, con un vestido de terciopelo. El castillo estaba ennegrecido, quemado por todas partes. Los tesoros que había depositado allí se habían fundido o convertido en ceniza. Todo vuelve siempre a convertirse a cenizas. Aunque... ¿cómo es realmente la vieja cita: «cenizas a las cenizas» o «polvo al polvo»?
No importaba. Yo había regresado y les había convertido a todos en vampiros y allí estábamos, la casa de Lioncourt al completo, todos muy pálidos y hermosos, incluso aquel bebé chupador de sangre que yacía en la cuna y aquella madre que se inclinaba sobre él para acercarle la gorda rata de larga cola que se debatía entre sus dedos, y de la que había de alimentarse el pequeño.
Besándonos y abrazándonos entre risas, todos avanzábamos entre las cenizas: mis pálidos hermanos, sus pálidas esposas, los niños fantasmagóricos parloteando sobre sus presas y mi padre ciego que, como una figura bíblica, se había puesto en pie exclamando:
—¡PUEDO VER!
Mi hermano mayor me pasaba el brazo por los hombros. Con unas buenas ropas, tenía un aspecto espléndido. Nunca le había visto así y la sangre vampírica le daba un aire muy reservado y espiritual.
—¿Sabes? Ha sido magnífico que vinieras con estos Dones Oscuros —me decía con una alegre carcajada.
—Con el Rito Oscuro, querido, con el Rito Oscuro —le corregía su esposa.
—Porque, si no lo hubieras hecho —continuaba mi hermano en el sueño—, ¡entonces estaríamos todos muertos!
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
No importaba. Yo había regresado y les había convertido a todos en vampiros y allí estábamos, la casa de Lioncourt al completo, todos muy pálidos y hermosos, incluso aquel bebé chupador de sangre que yacía en la cuna y aquella madre que se inclinaba sobre él para acercarle la gorda rata de larga cola que se debatía entre sus dedos, y de la que había de alimentarse el pequeño.
Besándonos y abrazándonos entre risas, todos avanzábamos entre las cenizas: mis pálidos hermanos, sus pálidas esposas, los niños fantasmagóricos parloteando sobre sus presas y mi padre ciego que, como una figura bíblica, se había puesto en pie exclamando:
—¡PUEDO VER!
Mi hermano mayor me pasaba el brazo por los hombros. Con unas buenas ropas, tenía un aspecto espléndido. Nunca le había visto así y la sangre vampírica le daba un aire muy reservado y espiritual.
—¿Sabes? Ha sido magnífico que vinieras con estos Dones Oscuros —me decía con una alegre carcajada.
—Con el Rito Oscuro, querido, con el Rito Oscuro —le corregía su esposa.
—Porque, si no lo hubieras hecho —continuaba mi hermano en el sueño—, ¡entonces estaríamos todos muertos!
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
jueves, 24 de abril de 2014
Concepción de Gabrielle sobre Satán
Hasta pareciera hecho a propósito ayer, en el Día Internacional del Libro, terminé esta ligera novela de Anne Rice "Lestat, el vampiro". Ha sido el primer libro que leo en el recién comprado y estrenado Kindle de Amazon. La novela la compré en tan sólo 3 dólares (no está mal, creo). Y la mayor parte del tiempo la leí en las vueltas en el tren.
Hubo ciertos pasajes del libro que me gustaron, y éste fue uno de ellos. Después de que Lestat y Gabrielle se entrevistan con el vampiro Armand, líder de la asamblea de "Los hijos de las tinieblas", Lestat queda inmerso en miles de pensamientos sobre su naturaleza e identidad "vampirezca". Sin embargo, Gabrielle llega a otras conclusiones más radicales que asombran incluso disgustan a su hijo.
—Cuando el mundo del hombre se hunda en ruinas, la belleza se impondrá. Volverán a crecer los árboles donde había calles; las flores cubrirán de nuevo el prado que hoy es un rancio tenderete de barrancas. Éste será el propósito del amo satánico: ver crecer las hierbas silvestres y ver cómo el bosque tupido cubre todo rastro de las ciudades que un día fueron enormes hasta que nada quede de ellas.
—¿Y por qué llamas a todo eso satánico? —quise saber—. ¿Por qué no llamarlo caos? Eso es lo que sería.
—Porque así es como lo llamarían los humanos. Fueron ellos quienes inventaron a Satán, ¿no es así? Satánico no es más que el calificativo que dieron al comportamiento de aquellos que perturbaban el orden en el que quería vivir los hombres.
—No lo entiendo.
—Pues utiliza tu mente sobrenatural, hijo mío de ojos azules y de cabellos de oro, mi hermoso «matalobos». Es muy posible que Dios hiciera el mundo como dijo Armand.
—¿Es esto lo que has descubierto en los bosques? ¿Te lo han revelado las hojas de los árboles?
Gabriell se echó a reír.
—Desde luego, Dios no es necesariamente antropomórfico —respondió a continuación—. Ni lo que, en nuestro colosal egoísmo y sentimentalismo, llamaríamos «una persona decente». Pero probablemente existe un Dios. Satán, en cambio, fue una invención humana, un modo de denominar a la fuerza que busca derribar el orden civilizado de las cosas. El primer hombre que elaboró unas leyes (fuera de Moisés o algún antiguo rey Osiris egipcio), ese legislador creó al diablo. El diablo es el que tienta al hombre a quebrantar las leyes, y nosotros somos realmente satánicos por cuanto no seguimos ninguna ley para la protección del hombre. Entonces, ¿por qué no saltárnoslas todas? ¿Por qué no provocar un incendio que consuma todas las civilizaciones de la Tierra?
Me sentía demasiado asombrado para responder.
—No te preocupes —añadió Gabrielle con una carcajada —, yo no pienso hacerlo. Pero creo que sucederá en las décadas futuras. ¿No crees que alguien lo hará?
Hubo ciertos pasajes del libro que me gustaron, y éste fue uno de ellos. Después de que Lestat y Gabrielle se entrevistan con el vampiro Armand, líder de la asamblea de "Los hijos de las tinieblas", Lestat queda inmerso en miles de pensamientos sobre su naturaleza e identidad "vampirezca". Sin embargo, Gabrielle llega a otras conclusiones más radicales que asombran incluso disgustan a su hijo.
—Cuando el mundo del hombre se hunda en ruinas, la belleza se impondrá. Volverán a crecer los árboles donde había calles; las flores cubrirán de nuevo el prado que hoy es un rancio tenderete de barrancas. Éste será el propósito del amo satánico: ver crecer las hierbas silvestres y ver cómo el bosque tupido cubre todo rastro de las ciudades que un día fueron enormes hasta que nada quede de ellas.
—¿Y por qué llamas a todo eso satánico? —quise saber—. ¿Por qué no llamarlo caos? Eso es lo que sería.
—Porque así es como lo llamarían los humanos. Fueron ellos quienes inventaron a Satán, ¿no es así? Satánico no es más que el calificativo que dieron al comportamiento de aquellos que perturbaban el orden en el que quería vivir los hombres.
—No lo entiendo.
—Pues utiliza tu mente sobrenatural, hijo mío de ojos azules y de cabellos de oro, mi hermoso «matalobos». Es muy posible que Dios hiciera el mundo como dijo Armand.
—¿Es esto lo que has descubierto en los bosques? ¿Te lo han revelado las hojas de los árboles?
Gabriell se echó a reír.
—Desde luego, Dios no es necesariamente antropomórfico —respondió a continuación—. Ni lo que, en nuestro colosal egoísmo y sentimentalismo, llamaríamos «una persona decente». Pero probablemente existe un Dios. Satán, en cambio, fue una invención humana, un modo de denominar a la fuerza que busca derribar el orden civilizado de las cosas. El primer hombre que elaboró unas leyes (fuera de Moisés o algún antiguo rey Osiris egipcio), ese legislador creó al diablo. El diablo es el que tienta al hombre a quebrantar las leyes, y nosotros somos realmente satánicos por cuanto no seguimos ninguna ley para la protección del hombre. Entonces, ¿por qué no saltárnoslas todas? ¿Por qué no provocar un incendio que consuma todas las civilizaciones de la Tierra?
Me sentía demasiado asombrado para responder.
—No te preocupes —añadió Gabrielle con una carcajada —, yo no pienso hacerlo. Pero creo que sucederá en las décadas futuras. ¿No crees que alguien lo hará?
miércoles, 23 de abril de 2014
Día internacional del Libro
Algunos pocos libros que pude traerme a Tokio. |
Desde siempre el ser humano ha tenido esa necesidad de compartir lo que pasa por sus cabezas. Luego, documentar los hechos, dejar por escrito cómo pasaban sus días. Los libros ayudaron a ello, como una especie de "video" omnipresente que iba más allá de todo. A pesar de que la tecnología actual ha avanzado impresionantemente y seguirá haciéndolo el libro todavía sigue siendo un medio "tecnológico" por excelencia para seguir compartiendo nuestros pensamientos, historias y vidas.
Hoy, 23 de abril, se celebra el Día Internacional del Libro.
jueves, 17 de abril de 2014
Teatro mágico
Por siempre, el autor favorito de Wins y su servidora ha sido el novelista alemán Hermann Hesse. Sin embargo, Wins y yo siempre divergíamos en gustos. Muchas veces Wins expresó que su libro favorito era "Demian" y más recientemente "El juego de abalorios" (que por cierto, este libro fue uno de los últimos regalos que me hizo).
No sé por qué, quizás por la "loquera" explícita del pobre Harry Haller, la obra de Hesse que se hizo favorita mía fue "El lobo estepario".
No suelo usar este blog (y siendo honesta, ningún otro medio) para expresar mi estado anímico pero hoy quebrantaré esta tácita regla y confesaré que de un tiempo para acá, desde que Wins tuvo que partir, me he sentido entre loca, melancólica, rara y estrafalaria.
Ayer mientras comía en la pequeña cocina de mi departamento miraba fijamente la puerta de la entrada y vino a mi mente aquella inscripción que Haller encontró casualmente en sus paseos nocturnos. Y se me antojó que la puerta donde colgaba aquella inscripción era esta misma que estaba viendo. Con ganas de abrir la puerta del teatro mágico y encontrar a Wins ahí adentro leyendo su juego de abalorios.
No sé por qué, quizás por la "loquera" explícita del pobre Harry Haller, la obra de Hesse que se hizo favorita mía fue "El lobo estepario".
No suelo usar este blog (y siendo honesta, ningún otro medio) para expresar mi estado anímico pero hoy quebrantaré esta tácita regla y confesaré que de un tiempo para acá, desde que Wins tuvo que partir, me he sentido entre loca, melancólica, rara y estrafalaria.
Ayer mientras comía en la pequeña cocina de mi departamento miraba fijamente la puerta de la entrada y vino a mi mente aquella inscripción que Haller encontró casualmente en sus paseos nocturnos. Y se me antojó que la puerta donde colgaba aquella inscripción era esta misma que estaba viendo. Con ganas de abrir la puerta del teatro mágico y encontrar a Wins ahí adentro leyendo su juego de abalorios.
viernes, 4 de abril de 2014
Libertad
No señor, estaba encerrado en la Aurora House y punto. Un reloj sin manecillas. «¡Libertad!» es la cantinela más necia de nuestra civilización, pero sólo quienes se ven privados de ella tienen una mínima idea de lo que significa.
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
p. 421
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
p. 421
miércoles, 2 de abril de 2014
Euforia y el Jabón
Llegué a "El atlas de las nubes" por la película. En la película la parte que más me impactó fue cuando Somni descubre el "rastro" a donde iban a parar sus hermanas fabricadas y cómo era fabricado el sabroso "Jabón" que comía. El siguiente fragmento se ubica en esa parte.
Hae-Joo sacó del armario un par de monos de operario y dos semivisores; nos los pusimos, y los cubrimos con las capas para no despertar las sospechas de las caseras. Fuera hacía frío para lo avanzado de la estación, y me alegré de ir tan abrigada. Cogimos el metro hasta la terminal del puerto y luego nos subimos a una cinta transportadora que llevaba hasta el muelle, pasando junto a los grandes navíos transoceánicos. El mar nocturno era negro como el petróleo; uno de los barcos, sin embargo, ostentaba un par de luminosos arcos dorados y parecía un palacio submarino. Ya lo había visto, en una vida anterior.
-El arca de oro de Papa Song -exclamé, y le expliqué a Hae-Joo que era el barco que llevaba a las sirvientas de doce estrellas a Euforia, en Hawái.
(...) Había unos focos muy brillantes colgados de la pasarela; desde abajo, éramos invisibles. Además, no éramos intrusos, sino técnicos ocupados en tareas de mantenimiento.
La siguiente bodega era, en realidad, una celda cerrada. Encima de un estrado había una silla de plástico; de un monorraíl del techo colgaba un aparatoso casco, justo encima de la silla. Tres risueños Asistentes vestidos de rojo acompañaron a la fabricada hasta la silla. Uno de ellos le explicó que el casco le extraería el collar, tal y como prometía el Décimo Catecismo.
-Gracias, Asistente -farfulló emocionada la fabricada-. ¡Muchas gracias! Colocaron el caso en la cabeza de la Somni y se lo ajustaron al cuello; en ese momento, me fijé en el número de puertas de la celda. La conclusión me heló la sangre.
¿Qué tenía de extraño?
Solo había una puerta: aquella por donde había entrado la Somni. Sólo una. ¿Por dónde habían salido las precedentes? Un chasquido seco procedente del casco me hizo dirigir de nuevo la atención al estrado; la sirviente se desplomó con los ojos en blanco; el cable que conectaba el mecanismo del casco con el monorraíl se tensó de golpe; el casco comenzó a elevarse; la sirviente se enderezó; el cable a levanto de vilo. El cuerpo oscilaba en el aire; la sonrisa de entusiasmo que la muerte le fijó en el rostro se crispó a medida que la piel de la cara sostenía parte del peso. Un operario aspiró la manche de sangre de la silla; otro la limpió totalmente. El monorraíl transportó la carga en paralelo a nuestra pasarela, atravesó una cortina y entró en la siguiente bodega. Otro casco descendió sobre la silla de plástico, donde tres Asistentes acomodaban ya a la siguiente sirviente emocionada.
Hae-Joo me susurró al oído:
-A ésas no puedes salvarlas, Somni. Ya estaban condenadas cuando subieron a bordo.
No era del todo exacto; en realidad, estaban condenadas desde el uterotanque.
Otro chasquido: el casco arrastrando su carga. Esta vez era una Yoona.
No hay palabras que alcancen a describir el horror de aquel lugar; si no lo has presenciado es inconcebible.
Seguimos gateando hacia una cortina insonorizante. Los cascos transportaban los cadáveres a otra bodega iluminada con una luz violeta; al pasar por la cortina, la temperatura bajó de golpe; el fragor de la maquinaria era ensordecedor.
A nuestros pies apareció un matadero con una cadena de producción automatizada que no sé cómo se llaman.... Figuras empapadas de sangre de la cabeza a los pies, como si fuesen estampas sádicas del infierno. Aquellos demonios cortaban collares, desgarraban ropas, raspaban folículos, arrancaban la piel, amputaban manos y piernas, rebanaban carne, extraían vísceras... Tuberías de desagüe aspiraban la sangre.... El estruendo era descomunal.
Pero.... ¿por qué? ¿Qué sentido tenía semejante... carnicería?
La industria genómica precisa de una cantidad enorme de biomateria licuada para los uterotanques, pero, sobre todo, para el Jabón. ¿Qué medio más económico para obtener esa proteína que reciclar a las fabricadas a la conclusión de su vida productiva?
Además, las restantes "proteínas recuperadas" son utilizada por el Papa Song en la elaboración de los productos alimenticios que sirve a sus clientes en los restaurantes que tiene repartidos por toda Nea So Copros.
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
Hae-Joo sacó del armario un par de monos de operario y dos semivisores; nos los pusimos, y los cubrimos con las capas para no despertar las sospechas de las caseras. Fuera hacía frío para lo avanzado de la estación, y me alegré de ir tan abrigada. Cogimos el metro hasta la terminal del puerto y luego nos subimos a una cinta transportadora que llevaba hasta el muelle, pasando junto a los grandes navíos transoceánicos. El mar nocturno era negro como el petróleo; uno de los barcos, sin embargo, ostentaba un par de luminosos arcos dorados y parecía un palacio submarino. Ya lo había visto, en una vida anterior.
-El arca de oro de Papa Song -exclamé, y le expliqué a Hae-Joo que era el barco que llevaba a las sirvientas de doce estrellas a Euforia, en Hawái.
(...) Había unos focos muy brillantes colgados de la pasarela; desde abajo, éramos invisibles. Además, no éramos intrusos, sino técnicos ocupados en tareas de mantenimiento.
La siguiente bodega era, en realidad, una celda cerrada. Encima de un estrado había una silla de plástico; de un monorraíl del techo colgaba un aparatoso casco, justo encima de la silla. Tres risueños Asistentes vestidos de rojo acompañaron a la fabricada hasta la silla. Uno de ellos le explicó que el casco le extraería el collar, tal y como prometía el Décimo Catecismo.
-Gracias, Asistente -farfulló emocionada la fabricada-. ¡Muchas gracias! Colocaron el caso en la cabeza de la Somni y se lo ajustaron al cuello; en ese momento, me fijé en el número de puertas de la celda. La conclusión me heló la sangre.
¿Qué tenía de extraño?
Solo había una puerta: aquella por donde había entrado la Somni. Sólo una. ¿Por dónde habían salido las precedentes? Un chasquido seco procedente del casco me hizo dirigir de nuevo la atención al estrado; la sirviente se desplomó con los ojos en blanco; el cable que conectaba el mecanismo del casco con el monorraíl se tensó de golpe; el casco comenzó a elevarse; la sirviente se enderezó; el cable a levanto de vilo. El cuerpo oscilaba en el aire; la sonrisa de entusiasmo que la muerte le fijó en el rostro se crispó a medida que la piel de la cara sostenía parte del peso. Un operario aspiró la manche de sangre de la silla; otro la limpió totalmente. El monorraíl transportó la carga en paralelo a nuestra pasarela, atravesó una cortina y entró en la siguiente bodega. Otro casco descendió sobre la silla de plástico, donde tres Asistentes acomodaban ya a la siguiente sirviente emocionada.
Hae-Joo me susurró al oído:
-A ésas no puedes salvarlas, Somni. Ya estaban condenadas cuando subieron a bordo.
No era del todo exacto; en realidad, estaban condenadas desde el uterotanque.
Otro chasquido: el casco arrastrando su carga. Esta vez era una Yoona.
No hay palabras que alcancen a describir el horror de aquel lugar; si no lo has presenciado es inconcebible.
Seguimos gateando hacia una cortina insonorizante. Los cascos transportaban los cadáveres a otra bodega iluminada con una luz violeta; al pasar por la cortina, la temperatura bajó de golpe; el fragor de la maquinaria era ensordecedor.
A nuestros pies apareció un matadero con una cadena de producción automatizada que no sé cómo se llaman.... Figuras empapadas de sangre de la cabeza a los pies, como si fuesen estampas sádicas del infierno. Aquellos demonios cortaban collares, desgarraban ropas, raspaban folículos, arrancaban la piel, amputaban manos y piernas, rebanaban carne, extraían vísceras... Tuberías de desagüe aspiraban la sangre.... El estruendo era descomunal.
Pero.... ¿por qué? ¿Qué sentido tenía semejante... carnicería?
La industria genómica precisa de una cantidad enorme de biomateria licuada para los uterotanques, pero, sobre todo, para el Jabón. ¿Qué medio más económico para obtener esa proteína que reciclar a las fabricadas a la conclusión de su vida productiva?
Además, las restantes "proteínas recuperadas" son utilizada por el Papa Song en la elaboración de los productos alimenticios que sirve a sus clientes en los restaurantes que tiene repartidos por toda Nea So Copros.
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
martes, 1 de abril de 2014
Zachry y sus muertos
Mientras comíamos, no podía dejar de recordar ni de hablar de mi familia, no señor, ni tampoco de Padre y de Adam: si seguían vivos en mis historias era como si no se moriesen del todo. Sabía que iba a echar de menos a Merónima, todos mis demás cuates de isla Grande ya eran prisioneros de los konas.
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
p.362
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
p.362
lunes, 31 de marzo de 2014
La reflexión de Somni-451 sobre el tiempo
El tiempo es lo que impide que toda la historia ocurra de golpe; el tiempo es la velocidad a la que desaparece el pasado.
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
domingo, 30 de marzo de 2014
Kindle
En mi último viaje a México pude acumular un poco más de diez mil yenes en mi tarjeta de Bic Camera y gracias a esto pude comprar "gratis" un Kindle. Es la primera vez que me hago uno de estos lectores y la verdad sí estaba medio incrédula sobre si era para mí o no. Tampoco soy muy fanática de las compras por Amazon pero de todas maneras me arriesgué a escoger el Kindle por sobre otros e-readers como el de Sony, que también me parecía muy atractivo.
Y creo que hice una muy buena elección. El tamaño del aparato es bastante ergonómico. Ligero y del tamaño ideal como para subirse al tren y hasta poder leer de pie sin cansarse de cargar el aparato. Sólo por probar (teniendo en cuenta que aún no termino mi "El atlas de las nubes") descargué un libro del Amazon. Seleccioné el de Anne Rice "Lestat, el vampiro" y decidí llevarme la lectura al tren. 30 minutos de ida y otros 30 de venida se me fueron en un pestañeo. Todo el tiempo pude leer sin cansarme la vista. La pantalla no es brillosa como las de una tableta y que después causan estragos en mis miopes ojos, sino es una pantalla opaca, y así como se llama el Kindle, parece realmente la hoja de un libro.
Cuando regresaba a casa, después de bajarme del tren, pensaba en la comodidades de la época en la que nos ha tocado vivir. Pensaba en que ahora podría leer muchos libros sin preocuparme por el espacio, que aunque tengo un librero grande, nunca podría almacenar, no aquí en Tokio y con un cuarto de 23 metros cuadrados, todos los libros que quisiera leer.
Quizás mi querida compañera de libros, Wins Caballero, se hubiera asombrado también por el Kindle. Quizás.
Y creo que hice una muy buena elección. El tamaño del aparato es bastante ergonómico. Ligero y del tamaño ideal como para subirse al tren y hasta poder leer de pie sin cansarse de cargar el aparato. Sólo por probar (teniendo en cuenta que aún no termino mi "El atlas de las nubes") descargué un libro del Amazon. Seleccioné el de Anne Rice "Lestat, el vampiro" y decidí llevarme la lectura al tren. 30 minutos de ida y otros 30 de venida se me fueron en un pestañeo. Todo el tiempo pude leer sin cansarme la vista. La pantalla no es brillosa como las de una tableta y que después causan estragos en mis miopes ojos, sino es una pantalla opaca, y así como se llama el Kindle, parece realmente la hoja de un libro.
Cuando regresaba a casa, después de bajarme del tren, pensaba en la comodidades de la época en la que nos ha tocado vivir. Pensaba en que ahora podría leer muchos libros sin preocuparme por el espacio, que aunque tengo un librero grande, nunca podría almacenar, no aquí en Tokio y con un cuarto de 23 metros cuadrados, todos los libros que quisiera leer.
Quizás mi querida compañera de libros, Wins Caballero, se hubiera asombrado también por el Kindle. Quizás.
jueves, 27 de marzo de 2014
El tremendo calvario de Timothy Cavendish
Prácticamente la cuarta historia que aparece en el libro. Se centra en el editor poco exitoso Timothy Cavendish y cómo al conseguir el éxito también consiguió su calvario. Después de que su cliente, el escritor Dermot Hoggins echará por el balcón a un desafortunado crítico, su libro autobiográfico pasó a venderse como pan caliente. Hoggings, 12 años a la cárcel por el homicidio. Timothy, las ganancias nunca antes vistas por las ventas del libro. Pero no todo marcha bien. Llegan los insatisfechos y casi mafiosos hermanos de Hoggins a reclamarle al pobre editor sesentón una fuerte cantidad de dinero que lamentablemente no posee. Sin amigos que le puedan ayudar termina recurriendo a su hermano quien le sugiere que salga de Londres. El siguiente pasaje es justamente cuando regresa a su viejo pueblo en el que dejó a su primer amor, y al parecer único, la bella Ursula.
Cuarenta años después, los faros de los coches aparcados en la estación iluminaban una insólita plaga de típulas y a un editor en fuga envuelto en una gabardina azotada por el viento que caminaba a grandes zancadas alrededor de un campo ahora en barbecho por obra y gracia de los subsidios europeos. Lo lógico es pensar que un país del tamaño de Inglaterra podría dar cabida perfectamente a todos los sucesos de una humilde existencia sin que se superpongan unos a otros, me refiero a que esto tampoco es Luxemburgo; pero qué va, resulta que cruzamos, entrecruzamos y recruzamos nuestras viejas huellas como patinadores artísticos. La casa Dockery todavía seguía en pie, aislada de las demás viviendas por un seto de aligustre. Qué opulenta me había parecido comparada con el insípido hotelito de mis padres. Me prometí que un día viviría en una casa así. Una de tantas promesas incumplidas; aquélla por lo menos me la hice sólo a mí.
Rodeé la casa y enfilé por una carretera que iba a parar a una obra. Un letrero decía: "Hazle Close -Viviendas de lujos para ejecutivos en el corazón de Inglaterra". En el piso de arriba de la casa Dockery estaban encendidas las luces. Me imaginé a una pareja sin hijos escuchando la radio. La vieja puerta de vidriera le habían sustituido por otra más resistente a los ladrones. Aquella semana de estudios había entrado en Dockery dispuesto a librarme de mi vergonzosa virginidad, pero estaba tan intimidado por mi divina Cleopatra, tan atenazado por los nervios, tan bolinga por el whisky de su padre, tan reblandecido por la inexperiencia que, en fin, mejor será que corra un tupido velo sobre el bochorno de aquella noche, por más que hayan pasado cuarenta años. Bueno, cuarenta y siete. Aquel de allí era el mismo roble que arañaba la ventana de Ursula mientras yo trataba de meterme en harina, después de haber fingido durante mucho más tiempo del creíble que todavía estaba calentando motores. Ursula puso el disco del Segundo concierto para piano de Rachmáninov en el gramófono de su dormitorio, aquella habitación de allí, la del resplandor de la vela eléctrica.
Hoy en día todavía me estremece cuando oigo a Rachmáninov.
Las probabilidades de que Ursula siguiese viviendo en la casa Dockery eran nulas, ya lo sabía. Lo último que supe de ella que dirigía una oficina de relaciones públicas en Los Ángeles. Así y todo, me estrujé por un hueco del tupido seto y aplasté la nariz contra la ventana sin cortinas del comedor, que estaba apagado, tratando de atisbar algo. Aquella noche de otoño tan lejana en el tiempo Ursula me había servido una porción de queso gratinado sobre una loncha de jamón, todo ello colocado en una pechuga de pollo. Justo allí: justo aquí. Aún recordaba el sabor. Aún lo recuerdo ahora, mientras escribo estas líneas.
¡Flash!
La habitación se convirtió en una caléndula iluminada y por la puerta apareció tan campante -menos mal que de espaldas- una brujilla con tirabuzones pelirrojos. "Mami! -medio oí, medio leí en sus labios-. ¡Mami!" Y allí que llegó mami con los mismos tirabuzones. Con eso ya quedaba suficientemente probado que la familia de Ursula había abandonado esa casa hacía mucho tiempo, así que retrocedí hacia el seto. Pero me di media vuelta y volví a espiar porque...., en fin, porque je suis un homme solitaire. Mami estaba arreglando un palo de escoba roto mientras que la niña estaba sentada en la mesa balanceando las piernas. Después llegó un hombre lobo adulto, se quitó la careta y, por extraño que parezca (aunque tal vez no parezca tan extraño), lo reconocí: el presentador ese de programas de temas de actualidad, uno de la tribu de Felix Finch. Jeremy Nosecuántos. Cejas a lo Heatcliff, modales de gañan, ya saben quién les digo. El tipo cogió un rollo de cinta aislante de un cajón del aparador y metió baza en la reparación de la escoba. Entonces entró la abuela para completar el cuadro doméstico y que me aspen una, dos, tres veces si no era Ursula. La Ursula de marras. Mi Ursula.
¡Y estaba convertida en una abuelita vivaracha! En mis recuerdos se conservaba tan joven como el primer día: ¿qué artista del maquillaje había arrasado su lozana juventud? (Pues el mismo que arrasó la tuya, Timbo).
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
Cuarenta años después, los faros de los coches aparcados en la estación iluminaban una insólita plaga de típulas y a un editor en fuga envuelto en una gabardina azotada por el viento que caminaba a grandes zancadas alrededor de un campo ahora en barbecho por obra y gracia de los subsidios europeos. Lo lógico es pensar que un país del tamaño de Inglaterra podría dar cabida perfectamente a todos los sucesos de una humilde existencia sin que se superpongan unos a otros, me refiero a que esto tampoco es Luxemburgo; pero qué va, resulta que cruzamos, entrecruzamos y recruzamos nuestras viejas huellas como patinadores artísticos. La casa Dockery todavía seguía en pie, aislada de las demás viviendas por un seto de aligustre. Qué opulenta me había parecido comparada con el insípido hotelito de mis padres. Me prometí que un día viviría en una casa así. Una de tantas promesas incumplidas; aquélla por lo menos me la hice sólo a mí.
Rodeé la casa y enfilé por una carretera que iba a parar a una obra. Un letrero decía: "Hazle Close -Viviendas de lujos para ejecutivos en el corazón de Inglaterra". En el piso de arriba de la casa Dockery estaban encendidas las luces. Me imaginé a una pareja sin hijos escuchando la radio. La vieja puerta de vidriera le habían sustituido por otra más resistente a los ladrones. Aquella semana de estudios había entrado en Dockery dispuesto a librarme de mi vergonzosa virginidad, pero estaba tan intimidado por mi divina Cleopatra, tan atenazado por los nervios, tan bolinga por el whisky de su padre, tan reblandecido por la inexperiencia que, en fin, mejor será que corra un tupido velo sobre el bochorno de aquella noche, por más que hayan pasado cuarenta años. Bueno, cuarenta y siete. Aquel de allí era el mismo roble que arañaba la ventana de Ursula mientras yo trataba de meterme en harina, después de haber fingido durante mucho más tiempo del creíble que todavía estaba calentando motores. Ursula puso el disco del Segundo concierto para piano de Rachmáninov en el gramófono de su dormitorio, aquella habitación de allí, la del resplandor de la vela eléctrica.
Hoy en día todavía me estremece cuando oigo a Rachmáninov.
Las probabilidades de que Ursula siguiese viviendo en la casa Dockery eran nulas, ya lo sabía. Lo último que supe de ella que dirigía una oficina de relaciones públicas en Los Ángeles. Así y todo, me estrujé por un hueco del tupido seto y aplasté la nariz contra la ventana sin cortinas del comedor, que estaba apagado, tratando de atisbar algo. Aquella noche de otoño tan lejana en el tiempo Ursula me había servido una porción de queso gratinado sobre una loncha de jamón, todo ello colocado en una pechuga de pollo. Justo allí: justo aquí. Aún recordaba el sabor. Aún lo recuerdo ahora, mientras escribo estas líneas.
¡Flash!
La habitación se convirtió en una caléndula iluminada y por la puerta apareció tan campante -menos mal que de espaldas- una brujilla con tirabuzones pelirrojos. "Mami! -medio oí, medio leí en sus labios-. ¡Mami!" Y allí que llegó mami con los mismos tirabuzones. Con eso ya quedaba suficientemente probado que la familia de Ursula había abandonado esa casa hacía mucho tiempo, así que retrocedí hacia el seto. Pero me di media vuelta y volví a espiar porque...., en fin, porque je suis un homme solitaire. Mami estaba arreglando un palo de escoba roto mientras que la niña estaba sentada en la mesa balanceando las piernas. Después llegó un hombre lobo adulto, se quitó la careta y, por extraño que parezca (aunque tal vez no parezca tan extraño), lo reconocí: el presentador ese de programas de temas de actualidad, uno de la tribu de Felix Finch. Jeremy Nosecuántos. Cejas a lo Heatcliff, modales de gañan, ya saben quién les digo. El tipo cogió un rollo de cinta aislante de un cajón del aparador y metió baza en la reparación de la escoba. Entonces entró la abuela para completar el cuadro doméstico y que me aspen una, dos, tres veces si no era Ursula. La Ursula de marras. Mi Ursula.
¡Y estaba convertida en una abuelita vivaracha! En mis recuerdos se conservaba tan joven como el primer día: ¿qué artista del maquillaje había arrasado su lozana juventud? (Pues el mismo que arrasó la tuya, Timbo).
"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
lunes, 24 de marzo de 2014
Los moriori y su mana
(Fragmento extraído de "El atlas de las nubes" de David Mitchell. Traducción Víctor V. Úbeda)
Hasta ahora los moriori no eran sino una versión local de esos salvajes de falda de lino y capa emplumada que habitan los cada vez más raros "puntos ciegos" del océano aún no civilizado por el hombre blanco. La vieja pretensión de singularidad de "Rehoku", sin embargo, reside en su excepcional credo pacífico. Desde tiempo inmemorial, la casta sacerdotal de los moriori dictaba que quienquiera que derramase sangre humana aniquilaría su propio mana, eso es, su honor, su valía, su posición social y su alma.
Hasta ahora los moriori no eran sino una versión local de esos salvajes de falda de lino y capa emplumada que habitan los cada vez más raros "puntos ciegos" del océano aún no civilizado por el hombre blanco. La vieja pretensión de singularidad de "Rehoku", sin embargo, reside en su excepcional credo pacífico. Desde tiempo inmemorial, la casta sacerdotal de los moriori dictaba que quienquiera que derramase sangre humana aniquilaría su propio mana, eso es, su honor, su valía, su posición social y su alma.
martes, 7 de enero de 2014
Adiós a una gran lectora
Wins Caballero, asidua lectora y amiga fiel hasta el final. QEPD 1980 - 2013 |
Por nuestras profesiones se hacía cada vez más complicado acercamos al computador y escribir algún post. Sin embargo, la lectura, ya sea por placer, que era el caso de Wins Knight o a veces por obligación, tal mi caso, dado mis estudios de maestría que recién empezaba el año pasado, nunca la hemos dejado.
La lectura, los libros y las frases hermosas eran motivo de inspiración y eran en sí, motivación para llevar nuestras vidas de manera armónica. En nuestros momentos de amargura, un buen libro nos acompañaba, y en nuestros momentos de dicha, también.
Wins Caballero fue una lectora asidua. En su bolsa siempre había un libro. En su habitación montañas de libros decoraban su repisa y hasta el suelo. Muchas veces expresó su deseo de dejar su trabajo y dedicarse a leer todos los libros que tenía pendientes.
Me apena mucho ver que nuestro país, México, esté ardiendo en llamas de la violencia. Y esta vez, se ha llevado a un par de grandes personas: mi hermoso padre y mi amada hermana, Wins Caballero. Un ladrón, fingiendo ser parte de la delincuencia organizada, decidió acabar con sus vidas un sábado en la tarde del pasado mes de octubre, dándoles muerte en la cocina de nuestra humilde casa.
Wins ya no pudo asistir a su última feria de libro en Monterrey...
Una rabia indescriptible se ha anidado en mi corazón, y la frustración que genera nuestras autoridades es otro asunto que llena de más amargura todo mi ser. Sin embargo, la vida debe continuar aún para los que nos quedamos medios muertos por sus ausencias. Y este blog también ha de continuar.
Adiós a un gran hombre, amoroso y sabio, quien me enseñara todo en esta vida. Que en paz descanse, mi padre Alejandro (1946 - 2013).
Adiós a una gran amiga, que Dios me dio el privilegio de haber sido su hermana. Adiós a una gran lectora.
Aquí me quedaré, mi amiga, leyendo tus libros favoritos.
Con amor,
Dulce Caballero "Minako Readman"
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