Soñé con mi familia. En el sueño, estábamos todos abrazados unos a otros. Incluso Gabrielle se hallaba presente, con un vestido de terciopelo. El castillo estaba ennegrecido, quemado por todas partes. Los tesoros que había depositado allí se habían fundido o convertido en ceniza. Todo vuelve siempre a convertirse a cenizas. Aunque... ¿cómo es realmente la vieja cita: «cenizas a las cenizas» o «polvo al polvo»?
No importaba. Yo había regresado y les había convertido a todos en vampiros y allí estábamos, la casa de Lioncourt al completo, todos muy pálidos y hermosos, incluso aquel bebé chupador de sangre que yacía en la cuna y aquella madre que se inclinaba sobre él para acercarle la gorda rata de larga cola que se debatía entre sus dedos, y de la que había de alimentarse el pequeño.
Besándonos y abrazándonos entre risas, todos avanzábamos entre las cenizas: mis pálidos hermanos, sus pálidas esposas, los niños fantasmagóricos parloteando sobre sus presas y mi padre ciego que, como una figura bíblica, se había puesto en pie exclamando:
—¡PUEDO VER!
Mi hermano mayor me pasaba el brazo por los hombros. Con unas buenas ropas, tenía un aspecto espléndido. Nunca le había visto así y la sangre vampírica le daba un aire muy reservado y espiritual.
—¿Sabes? Ha sido magnífico que vinieras con estos Dones Oscuros —me decía con una alegre carcajada.
—Con el Rito Oscuro, querido, con el Rito Oscuro —le corregía su esposa.
—Porque, si no lo hubieras hecho —continuaba mi hermano en el sueño—, ¡entonces estaríamos todos muertos!
"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013
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