El siguiente texto lo he extraído del diario personal de Virginia Woolf. En él escribía lo que pensaba, lo que sentía; escribía sobre sus visitas, la hora del té, y las personas que la visitaban o sus amigos o parientes, siempre describiéndolos; y como buen diario, escribía sobre las cosas que pasaban en su entorno. Este relato se refiere a dos capitanes y una princesa que intenaron hacer el primer vuelo transatlántico hacia el oeste en un monoplano y que jamás se les volvieron a ver. Me maravilla la manera en cómo especula sobre la situación, y sobre todo, me sorprende que siendo todo esto lejano a ella, se haya inquietado de tal forma como para escribirlo en su diario personal.
La Princesa Voladora, no recuerdo cómo se llamaba, se ha ahogado con sus calzones de cuero morados. Por lo menos eso supongo. Se les acabó la gasolina a media noche del jueves, cuando el aeroplano debió de posarse suavemente sobre las largas y lentas olas del Atlántico. Supongo que encenderían una luz que dibujaría una raya en el agua. Allí descansaron un momento o dos. Los pilotos, creo, se volvieron a mirar a la ordinaria princesa de anchas mejillas y ojos desesperados, con sus calzones morados, y supongo que hicieron algún comentario desesperado y mordaz: se ha acabado la partida, lo sentimos; la suerte nos ha vuelto la espalda; y ella se limitó a mirarlos fíjamente; y entonces una ola rompió sobre la ala; y el aparato se escoró. Y ella dijo algo teatral, me imagino; nadie era sincero; todos interpretaban un papel; nadie gritó; la suerte nos ha vuelto la espalda, o algo así, dijeron y luego: Hasta la vista; y al primer hombre se lo llevó el agua y desapareció; y luego vino una gran ola y la princesa levantó los brazos y se hundió; y el tercer hombre permaneció a salvo por un segundo mirando las olas, tan pacientes, tan implacables, y la luna, que lo contemplaba todo gravemente; y luego, con un seco bufido, él también fue derribado, y el aeroplano se balanceó y volcó, a muchas millas de cualquier parte, frente a las costas de Terranova, mientras yo dormía en Rodmell y Leonard cenaba con los Craniums en Londres.
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