lunes, 28 de abril de 2014

Lestat yace atormentado bajo tierra

Me estaba muriendo O eso pensé. Era incapaz de contar las noches que habían transcurrido. Tenía que levantarme e ir a Alejandría. Tenía que cruzar el océano. Pero eso significaba moverse, abrirse paso en la tierra, rendirse a la sed.
No cedería a ella.
La sed llegó. La sed pasó. Fue el tormento y el fuego, y mi mente padeció la sed igual que la sufría mi corazón, y éste se hizo más y más grande, su latir más y más sonoro. Pero, a pesar de todo, seguí sin ceder.
Tal vez los mortales, encima de mí, pudieron oír mi corazón. De vez en cuando, les vi como breves llamaradas en la oscuridad y escuché sus voces parloteando en una lengua extranjera. Sin embargo, la mayor parte del tiempo sólo vi la oscuridad. Sólo escuché las tinieblas.
Finalmente, fui la sed misma yaciendo bajo tierra, envuelto en sueños rojos, y la paulatina certeza de que estaba demasiado débil para abrirme paso entre la blanda tierra arenosa, para poder poner la rueda en marcha otra vez.
Exacto. No podía levantarme de allí aunque quisiera. No podía moverme en absoluto. Respiraba. Seguí respirando. Pero no de la manera en que lo hacían los mortales. El latido del corazón me retumbaba en los oídos.
Pero no morí. Sólo me consumí. Igual que aquellos seres torturados tras los muros de la cripta bajo Les Innocents, metáforas desamparadas del sufrimiento universal que pasa desapercibido, que no deja constancia, que es ignorado.
Mis manos se hicieron garras y mi cuerpo quedó reducido a piel y huesos y los ojos me saltaban de las órbitas. Es interesante que nosotros, los vampiros, podamos permanecer en ese estado para siempre, que sigamos existiendo incluso si no bebemos, si no nos entregamos a ese placer exquisito y fatal. Sería interesante, si no fuera porque cada latido del corazón significaba tal agonía. Y si pudiera detener mis pensamientos:
Nicolas de Lenfent ha dejado de existir. Mis hermanos han muerto. El sabor apagado del vino, el sonido de los aplausos. «¿Pero no crees que sea bueno lo que hacemos aquí, dar felicidad a la gente?»
«¿Bueno? ¿De qué estás hablando? ¿Bueno?»
«¡Es algo bueno, produce algún bien, hay bondad en ello! Dios santo, incluso si este mundo carece de sentido, sin duda puede seguir existiendo en él la bondad. Es bueno comer, beber, reír... estar juntos...»
Risas. Aquella música desquiciada. Aquella estridencia, aquella disonancia, aquella interminable expresión chillona y penetrante del vacío y la ausencia de sentido...

¿Estoy despierto? ¿Estoy dormido? De una cosa estoy seguro. De que soy un monstruo. Y, gracias a que yazgo atormentado bajo tierra, algunos seres humanos pueden atravesar el estrecho desfiladero de la vida sin sobresaltos.
Gabrielle ya debe de estar en las junglas de África.

"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013

viernes, 25 de abril de 2014

Lestat sueña con su familia

Soñé con mi familia. En el sueño, estábamos todos abrazados unos a otros. Incluso Gabrielle se hallaba presente, con un vestido de terciopelo. El castillo estaba ennegrecido, quemado por todas partes. Los tesoros que había depositado allí se habían fundido o convertido en ceniza. Todo vuelve siempre a convertirse a cenizas. Aunque... ¿cómo es realmente la vieja cita: «cenizas a las cenizas» o «polvo al polvo»?
No importaba. Yo había regresado y les había convertido a todos en vampiros y allí estábamos, la casa de Lioncourt al completo, todos muy pálidos y hermosos, incluso aquel bebé chupador de sangre que yacía en la cuna y aquella madre que se inclinaba sobre él para acercarle la gorda rata de larga cola que se debatía entre sus dedos, y de la que había de alimentarse el pequeño.
Besándonos y abrazándonos entre risas, todos avanzábamos entre las cenizas: mis pálidos hermanos, sus pálidas esposas, los niños fantasmagóricos parloteando sobre sus presas y mi padre ciego que, como una figura bíblica, se había puesto en pie exclamando:
—¡PUEDO VER!
Mi hermano mayor me pasaba el brazo por los hombros. Con unas buenas ropas, tenía un aspecto espléndido. Nunca le había visto así y la sangre vampírica le daba un aire muy reservado y espiritual.
—¿Sabes? Ha sido magnífico que vinieras con estos Dones Oscuros —me decía con una alegre carcajada.
—Con el Rito Oscuro, querido, con el Rito Oscuro —le corregía su esposa.
—Porque, si no lo hubieras hecho —continuaba mi hermano en el sueño—, ¡entonces estaríamos todos muertos!


"Lestat el vampiro"
Anne Rice
Ediciones B
Barcelona, 2013

jueves, 24 de abril de 2014

Concepción de Gabrielle sobre Satán

Hasta pareciera hecho a propósito ayer, en el Día Internacional del Libro, terminé esta ligera novela de Anne Rice "Lestat, el vampiro". Ha sido el primer libro que leo en el recién comprado y estrenado Kindle de Amazon. La novela la compré en tan sólo 3 dólares (no está mal, creo). Y la mayor parte del tiempo la leí en las vueltas en el tren. 
Hubo ciertos pasajes del libro que me gustaron, y éste fue uno de ellos. Después de que Lestat y Gabrielle se entrevistan con el vampiro Armand, líder de la asamblea de "Los hijos de las tinieblas", Lestat queda inmerso en miles de pensamientos sobre su naturaleza e identidad "vampirezca". Sin embargo, Gabrielle llega a otras conclusiones más radicales que asombran incluso disgustan a su hijo. 

—Cuando el mundo del hombre se hunda en ruinas, la belleza se impondrá. Volverán a crecer los árboles donde había calles; las flores cubrirán de nuevo el prado que hoy es un rancio tenderete de barrancas. Éste será el propósito del amo satánico: ver crecer las hierbas silvestres y ver cómo el bosque tupido cubre todo rastro de las ciudades que un día fueron enormes hasta que nada quede de ellas.
—¿Y por qué llamas a todo eso satánico? —quise saber—. ¿Por qué no llamarlo caos? Eso es lo que sería.
—Porque así es como lo llamarían los humanos. Fueron ellos quienes inventaron a Satán, ¿no es así? Satánico no es más que el calificativo que dieron al comportamiento de aquellos que perturbaban el orden en el que quería vivir los hombres.
—No lo entiendo.
—Pues utiliza tu mente sobrenatural, hijo mío de ojos azules y de cabellos de oro, mi hermoso «matalobos». Es muy posible que Dios hiciera el mundo como dijo Armand.
—¿Es esto lo que has descubierto en los bosques? ¿Te lo han revelado las hojas de los árboles?
Gabriell se echó a reír.
—Desde luego, Dios no es necesariamente antropomórfico —respondió a continuación—. Ni lo que, en nuestro colosal egoísmo y sentimentalismo, llamaríamos «una persona decente». Pero probablemente existe un Dios. Satán, en cambio, fue una invención humana, un modo de denominar a la fuerza que busca derribar el orden civilizado de las cosas. El primer hombre que elaboró unas leyes (fuera de Moisés o algún antiguo rey Osiris egipcio), ese legislador creó al diablo. El diablo es el que tienta al hombre a quebrantar las leyes, y nosotros somos realmente satánicos por cuanto no seguimos ninguna ley para la protección del hombre. Entonces, ¿por qué no saltárnoslas todas? ¿Por qué no provocar un incendio que consuma todas las civilizaciones de la Tierra?
Me sentía demasiado asombrado para responder.
—No te preocupes —añadió Gabrielle con una carcajada —, yo no pienso hacerlo. Pero creo que sucederá en las décadas futuras. ¿No crees que alguien lo hará?

miércoles, 23 de abril de 2014

Día internacional del Libro

Algunos pocos libros que pude traerme a Tokio. 

Desde siempre el ser humano ha tenido esa necesidad de compartir lo que pasa por sus cabezas. Luego, documentar los hechos, dejar por escrito cómo pasaban sus días. Los libros ayudaron a ello, como una especie de "video" omnipresente que iba más allá de todo. A pesar de que la tecnología actual ha avanzado impresionantemente y seguirá haciéndolo el libro todavía sigue siendo un medio "tecnológico" por excelencia para seguir compartiendo nuestros pensamientos, historias y vidas.
Hoy, 23 de abril, se celebra el Día Internacional del Libro.

jueves, 17 de abril de 2014

Teatro mágico

Por siempre, el autor favorito de Wins y su servidora ha sido el novelista alemán Hermann Hesse. Sin embargo, Wins y yo siempre divergíamos en gustos. Muchas veces Wins expresó que su libro favorito era "Demian" y más recientemente "El juego de abalorios" (que por cierto, este libro fue uno de los últimos regalos que me hizo).
No sé por qué, quizás por la "loquera" explícita del pobre Harry Haller, la obra de Hesse que se hizo favorita mía fue "El lobo estepario".
No suelo usar este blog (y siendo honesta, ningún otro medio) para expresar mi estado anímico pero hoy quebrantaré esta tácita regla y confesaré que de un tiempo para acá, desde que Wins tuvo que partir, me he sentido entre loca, melancólica, rara y estrafalaria.
Ayer mientras comía en la pequeña cocina de mi departamento miraba fijamente la puerta de la entrada y vino a mi mente aquella inscripción que Haller encontró casualmente en sus paseos nocturnos. Y se me antojó que la puerta donde colgaba aquella inscripción era esta misma que estaba viendo. Con ganas de abrir la puerta del teatro mágico y encontrar a Wins ahí adentro leyendo su juego de abalorios.

viernes, 4 de abril de 2014

Libertad

No señor, estaba encerrado en la Aurora House y punto. Un reloj sin manecillas. «¡Libertad!» es la cantinela más necia de nuestra civilización, pero sólo quienes se ven privados de ella tienen una mínima idea de lo que significa. 

"El atlas de las nubes"

David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
p. 421

miércoles, 2 de abril de 2014

Euforia y el Jabón

Llegué a "El atlas de las nubes" por la película. En la película la parte que más me impactó fue cuando Somni descubre el "rastro" a donde iban a parar sus hermanas fabricadas y cómo era fabricado el sabroso "Jabón" que comía. El siguiente fragmento se ubica en esa parte.

Hae-Joo sacó del armario un par de monos de operario y dos semivisores; nos los pusimos, y los cubrimos con las capas para no despertar las sospechas de las caseras. Fuera hacía frío para lo avanzado de la estación, y me alegré de ir tan abrigada. Cogimos el metro hasta la terminal del puerto y luego nos subimos a una cinta transportadora que llevaba hasta el muelle, pasando junto a los grandes navíos transoceánicos. El mar nocturno era negro como el petróleo; uno de los barcos, sin embargo, ostentaba un par de luminosos arcos dorados y parecía un palacio submarino. Ya lo había visto, en una vida anterior.
-El arca de oro de Papa Song -exclamé, y le expliqué a Hae-Joo que era el barco que llevaba a las sirvientas de doce estrellas a Euforia, en Hawái.
(...) Había unos focos muy brillantes colgados de la pasarela; desde abajo, éramos invisibles. Además, no éramos intrusos, sino técnicos ocupados en tareas de mantenimiento.
La siguiente bodega era, en realidad, una celda cerrada. Encima de un estrado había una silla de plástico; de un monorraíl del techo colgaba un aparatoso casco, justo encima de la silla. Tres risueños Asistentes vestidos de rojo acompañaron a la fabricada hasta la silla. Uno de ellos le explicó que el casco le extraería el collar, tal y como prometía el Décimo Catecismo.
-Gracias, Asistente -farfulló emocionada la fabricada-. ¡Muchas gracias! Colocaron el caso en la cabeza de la Somni y se lo ajustaron al cuello; en ese momento, me fijé en el número de puertas de la celda. La conclusión me heló la sangre.

¿Qué tenía de extraño?
Solo había una puerta: aquella por donde había entrado la Somni. Sólo una. ¿Por dónde habían salido las precedentes? Un chasquido seco procedente del casco me hizo dirigir de nuevo la atención al estrado; la sirviente se desplomó con los ojos en blanco; el cable que conectaba el mecanismo del casco con el monorraíl se tensó de golpe; el casco comenzó a elevarse; la sirviente se enderezó; el cable a levanto de vilo. El cuerpo oscilaba en el aire; la sonrisa de entusiasmo que la muerte le fijó en el rostro se crispó a medida que la piel de la cara sostenía parte del peso. Un operario aspiró la manche de sangre de la silla; otro la limpió totalmente. El monorraíl transportó la carga en paralelo a nuestra pasarela, atravesó una cortina y entró en la siguiente bodega. Otro casco descendió sobre la silla de plástico, donde tres Asistentes acomodaban ya a la siguiente sirviente emocionada.
Hae-Joo me susurró al oído:
-A ésas no puedes salvarlas, Somni. Ya estaban condenadas cuando subieron a bordo.
No era del todo exacto; en realidad, estaban condenadas desde el uterotanque.
Otro chasquido: el casco arrastrando su carga. Esta vez era una Yoona.
No hay palabras que alcancen a describir el horror de aquel lugar; si no lo has presenciado es inconcebible.
Seguimos gateando hacia una cortina insonorizante. Los cascos transportaban los cadáveres a otra bodega iluminada con una luz violeta; al pasar por la cortina, la temperatura bajó de golpe; el fragor de la maquinaria era ensordecedor.
A nuestros pies apareció un matadero con una cadena de producción automatizada que no sé cómo se llaman.... Figuras empapadas de sangre de la cabeza a los pies, como si fuesen estampas sádicas del infierno. Aquellos demonios cortaban collares, desgarraban ropas, raspaban folículos, arrancaban la piel, amputaban manos y piernas, rebanaban carne, extraían vísceras... Tuberías de desagüe aspiraban la sangre.... El estruendo era descomunal.

Pero.... ¿por qué? ¿Qué sentido tenía semejante... carnicería?
La industria genómica precisa de una cantidad enorme de biomateria licuada para los uterotanques, pero, sobre todo, para el Jabón. ¿Qué medio más económico para obtener esa proteína que reciclar a las fabricadas a la conclusión de su vida productiva?
Además, las restantes "proteínas recuperadas" son utilizada por el Papa Song en la elaboración de los productos alimenticios que sirve a sus clientes en los restaurantes que tiene repartidos por toda Nea So Copros.

"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012

martes, 1 de abril de 2014

Zachry y sus muertos

Mientras comíamos, no podía dejar de recordar ni de hablar de mi familia, no señor, ni tampoco de Padre y de Adam: si seguían vivos en mis historias era como si no se moriesen del todo. Sabía que iba a echar de menos a Merónima, todos mis demás cuates de isla Grande ya eran prisioneros de los konas.

"El atlas de las nubes"
David Mitchell
Duomo Ediciones
Barcelona, 2012
p.362

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