martes, 25 de enero de 2011

Agujero

Al llegar la hora del almuerzo, los ancianos por fin dejaron de trabajar y volvieron a la Residencia Oficial. Arrojaron al suelo palas y pico y allí se quedaron.
Sentado en una silla junto a la ventana, yo contemplaba el agujero desierto cuando mi vecino, el coronel, llamó a la puerta. Llevaba el grueso abrigo de siempre y una gorra de trabajo con visera calada hasta las cejas. En el abrigo y en la gorra llevaba adheridas diminutas motas del polvo de nieve.
—Parece que esta noche va a nevar de lo lindo, ¿eh? —dijo—. ¿Traigo la comida?
—Se lo ruego. —dije.
Unos diez minutos más tarde regresó con una olla y la depositó sobre la estufa. Después, igual que los crustáceos que, al llegar la estación, van desprendiéndose de sus caparazones, fue quitándose con cuidado la gorra, el abrigo y los guantes. Por último, se pasó los dedos por el pelo blanco alborotado, se sentó en una silla y suspiró.
—Siento no haber podido venir a desayunar —dijo—. He estado tan ocupado desde primera hora de la mañana que aún no he tenido ni tiempo para comer.
—¿Usted no estaba cavando el agujero?
—¿El agujero? ¡Ah, ese agujero! No, ésa no es tarea mía. No es que me disguste cavar la tierra, pero no —dijo soltando una risita—. Yo he estado trabajando en la ciudad.
Cuando la olla estuvo caliente, distribuyó la comida en dos platos y los depositó sobre la mesa. Era un estofado de verduras con fideos. Se lo comió con apetito, soplando para que se enfriara.
—¿Y para qué es ese agujero? —le pregunté al coronel.
—Para nada —contestó llevándose la cuchara a la boca—. Lo han cavado por cavarlo. En este sentido, es un agujero puro.
—No lo entiendo.
—Es muy simple. Les apetecía hacerlo. Es su única finalidad.
Mastiqué el pan mientras reflexionaba sobre el agujero puro.
—De vez en cuando cavan un agujero —contó el anciano—. Puede que, en el fondo, sea lo mismo que mi pasión por el ajedrez. No tiene sentido, no lleva a ninguna parte. Pero eso no importa. Nadie necesita que tenga un sentido, nadie desea llegar a ninguna parte. Nosotros, aquí, abrimos un agujero puro tras otro. Actos sin finalidad, esfuerzos sin progreso, pasos que no conducen a ninguna parte, ¿no te parece maravilloso? Nadie resulta herido, nadie hiere. Nadie adelanta, nadie es adelantado. Sin victoria, sin derrota.

"El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas"
Haruki Murakami
TusQuets Editores, 2009
p. 378

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