“¡Ah, Vanitas vanitatum” ¿Quién de nosotros es feliz en este mundo? ¿Quién de nosotros alcanza el logro de sus deseos, y, aun alcanzándolo, se encuentra satisfecho?”
Es una novela que fue escrita por entregas entre los años 1847 y 1848 y que el autor pretendía que fuera una sátira de la sociedad aristocrática de Inglaterra. A pesar de que es una novela con 173 años, casi dos siglos si gusta redondear, bien se puede seguir aplicando a nuestros tiempos. Y supongo que es así porque en el fondo, la vanidad de la gente sigue siendo la misma.
Cuesta trabajo al principio tomarle el ritmo porque, al menos en la traducción que yo leí, intentaron respetar el estilo antiguo para transportarnos a principios del siglo XIX, que es donde acontece la novela, cuyo telón de fondo son las guerras napoleónicas.
Nos encontraremos que el pronombre de objeto directo estará unido al verbo en pasado, que actualmente no es muy común usar en nuestra lengua cotidiana.
“Amelia acababa de cumplir sus diecisiete años, y salía del colegio, terminada su educación. Era amiga íntima de Becky Sharp (único detalle de su conducta que no fue del agrado de la directora) e invitóla a pasar una semana a su lado, en la casa de sus padres…”
La historia es narrada por el mismo escritor, que aparece como un narrador hasta cierto punto omnipresente ya que, en más de una ocasión utiliza el recurso de excusarse a no explicar algún pasaje o pensamiento por cuestiones morales. Supongo que, también, el miedo a la censura de la época sería suficiente amenaza para evadir situaciones que pusieran en peligro su buena moral.
Tal como se puede consultar en la Wikipedia, la novela empieza blanca e inocente, y nos presenta a una Rebecca Sharp, "Becky", que si bien despierta para su edad, es hasta cierto punto también inocente como su mejor amiga Amelia Sedley, de no serlo así, dudo mucho que ambas pudiesen ser amigas. Amelia, es una joven patética; sí, es dulce y amable, y llena de otras cualidades que se valoraban en la mujer de tiempos pasados (espero), pero es patética. Sólo vive y respira para su amor, un joven guapo del que está perdidamente enamorada. Y, debería decirlo aquí entre nosotros, el otro personaje principal, el mejor amigo de éste, William Doblin, que de entre todo el grupo de “no héroes”, él es el que más se aproxima al héroe. A mí, que este Doblin, también estaba enamorado, platónicamente, de su amigo George, esto es algo que no está ni sugerido a la ligera en la novela, por supuesto, sino que es presentado por el amor de la amistad entre hombres.
“Demasiado modesto Dobbin para atribuir el feliz cambio de circunstancias a su comportamiento generoso y varonil, creyó que era deudor de su buena suerte al pequeño George Osborne, a quien en lo sucesivo profesó un cariño como sólo brota en los tiernos corazones de los niños. Ya con anterioridad al incidente narrado le quería en secreto, pero después se convirtió en su criado, en su esclavo, en su perro. Para Dobbin, Osborne era un conjunto de todas las perfecciones, el más guapo, el más bravo, el más activo, el más listo, el más generoso de los niños de la creación.”
Esta novela atrapa porque nos presenta no sólo el hilo de la ambiciosa Becky Sharp, sino también mantiene la intriga entre la relación de William Dobbin y Amelia Sedley.
Si bien, Amelia solo tenía ojos para su George que era, un jugador y bastante egoísta y vanidoso, Dobbin, a su vez, está perdidamente enamorado de Amelia desde que se vuelven a encontrar cuando ella ya es toda una bella jovencita. Para resumir el caso de William Dobbin, es el peor friend zone que se haya podido narrar en una novela. Y, al igual que Amelia, también es patético durante toda la historia; no es sino hasta el final que, por fin, quizás un Dobbin pasado de los cuarenta, actúa con dignidad.
En la Wikipedia mencionan un hecho que es sumamente fácil de percibir. Al principio, la historia es limpia e inocente, tal como lo he mencionado pero, después de la batalla de Waterloo, empieza a tomar otro matiz, más sombrío y cruel. Makepace Thackeray empieza a matar a diestra y siniestra personajes, y nuestra audaz Becky llega a tal punto que provoca miedo.
Becky es la anti-heroína principal de esta historia. Y es curioso que, a pesar de su comportamiento mezquino, provoque simpatía en el lector.
Es una novela muy larga, y hay momentos un poco tediosos que no aportan mucho al desarrollo de la trama pero que, ayudan a que, cuando surgen los puntos de tensión, el lector los pueda sentir casi en carne propia.
Para mí, el primer punto álgido de la historia es el inesperado matrimonio de Becky con Rawdon Crawley, que uno no se espera en lo absoluto. El siguiente es, mi momento favorito, cuando está el hermano de Amelia, el gordinflón y vanidoso Joseph, cenando fingiendo estar impertérrito ante los sonidos de los cañones hasta que tempestad de la guerra invade Bruselas.
George, junto con su amigo William y Rawdon han partido a la batalla. Amelia, como era de esperarse, está destrozada, llorando por el miedo de perder a su temerario marido. En el hotel, queda una Becky quitada de la pena, pensando en cómo hacer sus business, e imaginando qué hará en caso de quedar viuda. Está la mujer del comandante O’Down que se ha quedado a cuidar a Amelia, ya que Becky ha sido rechazada y con justa razón por Amelia (este es otro punto fulminante, al menos para mí, que hace valer la pena leer la novela).
Después de que Amelia se ha tranquilizado un poco, se retira a comer con Joseph, y éste útlimo, tan ingenuo y ridículo, intenta cenar como si no estuviese estallando una guerra allá afuera.
La comandanta, a cuya nariz llegó el olorcillo de la sopa, supuso que estaría buena y aceptó, sin hacerse rogar mucho, la invitación de Joseph.
–¡Qué Dios bendiga la comida! –dijo al sentarse a la mesa, con entonación solemne–. ¡Ah… los pobres muchachos que hoy corren a la muerte la tendrán probablemente peor!
La comida animó a Joseph, quien quiso brindar por el regimiento, o, mejor dicho, aprovechar un pretexto para beber un par de copas de champaña.
–Beberemos a la salud del comandante O’Dowd y de sus valientes tropas –dijo–. ¿Le parece a usted bien, señora O’Dowd? Llena las copas, Isidoro.
Isidoro dio de pronto un salto y la comandanta dejó caer el cuchillo y el tenedor. A lo lejos sonaba un ruido sordo, como el retumbar el trueno.
–¿Qué pasa? –gritó Joseph–. ¿Por qué no llenas las copas, tunante?–C’est le feu! Contestó Isidoro corriendo hacia el balcón.–¡Dios nos proteja! ¡Es el cañón! –exclamó la comandanta corriendo también hacia el balcón.Segundos después, no parecía sino que toda la población de Bruselas se había lanzado a las calles.
Que el criado de Joseph se negase a llenar las copas fue un acto de insubordinación dada la situación. En tiempos de guerra, todo es válido y todos somos iguales. Esta situación me ha hecho recordar lo que pasó el año pasado, por nuestra amada pandemia (sí, estoy siendo sarcástica) cuando se acabó el papel de baño en las farmacias y supermercados y la gente peleaba por él.
A mí, esta cena frustrada en Joseph y la comandanta O’Dowd, se me antojó completamente cómica. Y así lo retrataron en la adaptación al cine de 1935. Los ricachones en pleno jolgorio salen aterrorizados al escuchar los cañones. Ha sido un poco lamentable que en la estupenda serie que hicieron en 2018 no hayan reflejado esa teatralidad.
Momentos antes de esa cena, Becky se había presentado con su destrozada amiga Amelia. En esa escena será la única vez que veremos a una Amelia valiente, dejando a un lado su actitud patética que la caracteriza. En un principio, Becky ha sido humillada por George, por su pobreza. Luego, cuando Becky se casa con Rawdon y empieza a brillar en la sociedad, Becky aprovecha el momento para llevar una pequeña venganza, sin tomar en cuenta los sentimientos de su mejor amiga. Para ella es más importante humillar a quien la ha humillado. Si bien, la pobre huérfana no tiene nada salvo inteligencia y talento. Sabe hablar francés, sabe bailar y cantar, y saber tocar el piano. Ha aprendido a comportarse como una dama de la alta sociedad, y el pobre George, vano y vacuo, que carece de mayor sensibilidad, se enamora de esta nueva Becky.
Los coqueteos por parte de ambos transcurren delante de la mirada lastimosa de Amelia. Hasta que, una vez sin su amado y preciado George, Amelia desata la furia que llevaba reprimida, le pregunta con una mezcla de decepción y odio el porqué ha seducido a su marido, y corre a la egoísta de Becky de su habitación. A pesar de que Amelia se comportó como una hermana para ella, a Becky no le importó recuperar su amistad… y cuando Amelia, después, cae en la pobreza nunca más se encontrará con la que presumía ser su mejor amiga. La una pobre y la otra irá ascendiendo en los peldaños de la feria de la vanidades, como lo diría Makepace Thackeray.
No es hasta al final de la historia que se volverán a encontrar (te estoy hablando de quizás, 400 páginas después…) y resurgirá de nuevo la amistad para luego morir, como no podría ser de otra forma.
Como es lo usual, uno espera que los personajes no sufran golpes fuertes, y si los sufren, uno espera que salgan airosos de ellos. Pero en esta novela no se siente así. Uno espera que haya reconciliaciones, palabras de perdón, personajes que no mueran, herencias a favor de los virtuosos, un villano que se reforme y rectifique, un padre que salga de la quiebra, un largo etcétera, y nada de esto sucede. Cuando por fin, nuestros querido William Dobbin se hace de agallas y le dice sus buenas verdades a Amelia (alguien tenía que decíselas, por favor), uno empieza a aceptar que la historia terminará mal. Sin embargo, tiene final feliz… a pesar del destino del pobre Joseph. ¿Murió? ¿Lo mataron? Yo me inclino por lo primero. Estaba enfermo, y por sus excesos en la comida, uno se imaginaría que muere de ello.
Sobre la serie hecha en 2018, son tan solo siete episodios. Para quien le ha gustado el libro, bien vale la pena ver esa mini-serie.
Hay bastantes líneas que me gustaron que luego iré dejando por aquí.
‘...not a moral place certainly, nor a merry one, although very noisy – a world where everyone is striving for what is not worth having.’
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