viernes, 29 de mayo de 2009

La muerte en Venecia

"...El arte es vida potenciada. Procura un goce más intenso, pero consume más de prisa."

Gustav von Aschenbach era de estatura ligeramente inferior a la mediana, moreno, e iba siempre bien afeitado. Su cabeza parecía un tanto grande en comparación con el cuerpo, casi quebradizo. Una cabellera peinada hacia atrás, rala en la coronilla y abundante y muy canosa en las sienes, encuadraba su frente alta, surcada por arrugas que hacían pensar en cicatrices. El puente de sus gafas de oro, sin aros en los cristales, se hundía en la base de la nariz, recia y de perfil noble. La boca era grande, lánguida unas veces, y otras, tensa y brusacamente fina; tenía magras y surcadas mejillas, y un suave hoyuelo dividía su bien moldeada barbilla. Importantes destinos parecían haber discurrido por esa cabeza que tendía a ladearse con aire de sufrimiento; y, sin embargo, en su caso había sido el arte el forjador de la fisonomía, obra, normalmente, de una vida difícil y agitada. Detrás de aquella frente había surgido las brillantes réplicas del diálogo entre Voltaire y el rey de Prusia sobre la guerra; esos ojos cansados y de mirar profundo habían visto el sangriento infierno de los lazaretos en la guerra de los Siete Años. Pues también desde una perspectiva personal, el arte es vida potenciada. Procura un goce más intenso, pero consume más de prisa. Imprime en el rostro de sus servidores las huellas de aventuras espirituales e imaginarias y, a la larga, engendra en el artista, por más que éste vida exteriormente inmerso en una paz convencional, cierta hipersensibilidad refinada, un cansancio y una curiosidad nervioso que una vida colmada de gozos y pasiones turbulentas apenas conseguiría despertar.

La muerte en Venecia
Thomas Mann
1912

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