martes, 9 de diciembre de 2014

Tiro en la frente

     Coche tras coche de la línea Osaka-Kobe —construidos mucho más sólidamente que los trolebuses, tan oscuros y macizos como jaulas de fieras— llegaban, ululaban su silbido y vomitaban una multitud de viajeros a cambio de otra (que inmediatamente engullían) y se marchaban a Osaka. Llegaba un coche cada pocos minutos. Haciendo acopio de todo mi valor, me puse en pie y me acerqué a la puerta de control de billetes, pero entonces el corazón empezó a lastimarme salvajemente y las piernas se negaron a llevarme más lejos. Me pareció haber sido paralizado por un espantoso hechizo. Me volví tambaleante hacia el banco.
     —¿Ricksha, señor?
     —No, estoy esperando a alguien —le dije al hombre—. Voy a Osaka—. Pero después de haberme librado de él me quedé donde estaba. «Voy a Osaka», había respondido, pero no sé por qué sonó en mis oídos «voy a morir». Qué asombro hubiera sentido el hombre de la ricksha si se me hubiesen cerrado los ojos y me hubiese quedado en el sitio: una cosa tan brusca como la muerte de Svidrigailof en Crimen y Castigo («¡Si alguien te pregunta, dile que me he ido a América!»), cuando se apoyó la pistola en la frente y se pegó un tiro.

"Terror"
Yunichiro Tanizaki

domingo, 7 de diciembre de 2014

Arrancar cabello

Momentos después dejaba caer la mano y miraba estupefacto. Vio una figura fantasmal inclinada sobre un cadáver. Parecía una vieja, enjuta, canosa, con aire de monja. La tea de pino que traía en la mano derecha le servía para asomarse a mirar el rostro de una muerta de largo pelo negro.
Sobrecogido de horror más que de curiosidad, se olvidó incluso de respirar por un tiempo. Sintió que el cabello y la piel se le erizaban. Mientras observaba aterrado aquella escena, la vieja calzó la tea entre dos tablas del suelo y, agarrando el cadáver por la cabeza, comenzó a arrancar uno a uno sus largos cabellos igual que una mona despioja a su prole. Aquellas hebras se desprendían suavemente al compás de sus manos.
Mientras la miraba arrancar los cabellos sintió que el miedo que llevaba metido en el corazón se desvanecía y que en su lugar brotaba un enconado odio a la vieja. Era un odio que trascendía, convirtiéndose en una devoradora aversión contra las formas del mal.

"Rashomon"
Ruynosuke Agutagawa

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