jueves, 9 de septiembre de 2010

Cuento del ciempiés

Érase una vez un ciempiés que bailaba estupendamente con sus cien pies. Cuando bailaba, todos los animales del bosque se reunían para verlo. Y todos quedaban muy impresionados con el exquisito baile. Pero había un animal al que no le gustaba ver bailar al ciempiés. Era un sapo...
¿Qué puedo hacer para que el ciempiés deje de bailar?, pensó el sapo. No podía decir simplemente que no le gustaba el baile. Tampoco podía decir que él mismo bailaba mejor; decir algo así no tendría ni pies ni cabeza. Entonces concibió un plan diabólico.
Se sentó a escribir una carta al ciempiés. «Ah, inigualable ciempiés», escribió. «Soy un devoto admirador de tu maravillosa forma de bailar. Me encantaría aprender tu método. ¿Levantas primero el pie izquierdo n.º 78 y luego el pie derecho n.º 47? ¿O empiezas el baile levantando el pie izquierdo n.º 23 antes de levantar el pie derecho n.º 18? Espero tu contestación con mucha ilusión. Atentamente, el sapo.»
Cuando el ciempiés recibió la carta se puso inmediatamente a pensar en qué era lo que realmente hacía cuando bailaba. ¿Cuál era el primer pie que movía? ¿Y cuál era el siguiente? ¿Qué crees que pasó?
—Creo que el ciempiés no volvió a bailar jamás.
—Sí, así acabó el cuento. Eso pasa cuando la imaginación es ahogada por la reflexión de la razón.


"El mundo de Sofía"
Jostein Gaarder,
Patria/Siruela, 1991
Décima tercera impresión: 1997
p. 545 y 546

lunes, 6 de septiembre de 2010

Payaso

La razón aparece ante todo en el lenguaje, y el lenguaje es algo a lo que nacemos. El idioma noruego se arregla perfectamente sin el señor Hansen, pero el señor Hansen no se arregla sin el idioma noruego. El idioma no es creado por el individuo, sino es el idioma el que crea al individuo.
De la misma manera que el individuo nace a un lenguaje también nace a sus condiciones históricas. Nadie puede tener una relación «libre» con esas condiciones. La persona que no encuentre su lugar en el Estado es, por tanto, una persona «no histórica». (...) De la misma manera que no se concibe al Estado sin ciudadanos, tampoco se concibe al individuo sin Estado.
Según Hegel el Estado es algo «más» que cada ciudadano. Es incluso más que la suma de todos los ciudadanos. Según Hegel no es posible, por lo tanto, «darse de baja en la sociedad». Uno que se encoge de hombros ante la sociedad en la que vive y que quiere buscarse a sí mismo, se convierte en un payaso.


"El mundo de Sofía"
Jostein Gaarder,
Patria/Siruela, 1991
Décima tercera impresión: 1997
p. 450 y 451

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