¿Qué puedo hacer para que el ciempiés deje de bailar?, pensó el sapo. No podía decir simplemente que no le gustaba el baile. Tampoco podía decir que él mismo bailaba mejor; decir algo así no tendría ni pies ni cabeza. Entonces concibió un plan diabólico.
Se sentó a escribir una carta al ciempiés. «Ah, inigualable ciempiés», escribió. «Soy un devoto admirador de tu maravillosa forma de bailar. Me encantaría aprender tu método. ¿Levantas primero el pie izquierdo n.º 78 y luego el pie derecho n.º 47? ¿O empiezas el baile levantando el pie izquierdo n.º 23 antes de levantar el pie derecho n.º 18? Espero tu contestación con mucha ilusión. Atentamente, el sapo.»
Cuando el ciempiés recibió la carta se puso inmediatamente a pensar en qué era lo que realmente hacía cuando bailaba. ¿Cuál era el primer pie que movía? ¿Y cuál era el siguiente? —¿Qué crees que pasó?
—Creo que el ciempiés no volvió a bailar jamás.
—Sí, así acabó el cuento. Eso pasa cuando la imaginación es ahogada por la reflexión de la razón.
"El mundo de Sofía"
Jostein Gaarder,
Patria/Siruela, 1991
Décima tercera impresión: 1997
p. 545 y 546