lunes, 19 de enero de 2009

El pájaro que da cuerda al mundo

Reflexión de May Kasahara sobre la muerte y la evolución del hombre
Cosas hechas en otra parte

Acorrucado en el fondo de una oscuridad absoluta, sólo podía ver la nada. Yo mismo era parte de la nada. Con los ojos cerrados, escuché el sonido de mi corazón, el sonido de la circulación de la sangre, el sonido de las contracciones pulmonares, como un fuelle, los retortijones que las húmedas vísceras, reclamando alimento, provocaban en mi estómago. En la oscuridad total, cada movimiento, cada oscilación, sonaba amplificada, como algo artificial. Aquél era mi cuerpo. Pero, envuelto en las tinieblas, era demasiado fresco, demasiado carnal.
Y, de nuevo, poco a poco, la conciencia fue deslizándose fuera de mi cuerpo.
Me imaginé convertido en el pájaro-que-da-cuerda, surcando el cielo del verano, posándome en la rama de un árbol, dándole cuerda al mundo. Si era cierto que el pájaro había desaparecido, alguien tenía que asumir sus funciones. Alguien tenía que darle cuerda al mundo por él. De no ser así, la cuerda se iría aflojando y aquel sutil engranaje acabaría deteniéndose. Pero yo era el único ser humano que había notado su desaparición. En el fondo de mi garganta intenté reproducir su grito. No lo conseguí, sólo logré emitir un sonido feo y absurdo como el de dos cosas feas y absurdas frotándose entre sí. Quizás sólo el auténtico pájaro-que-da-cuerda pudiera emitir el grito del pájaro-que-da-cuerda. Y sólo el pájaro-que-da-cuerda podía darle cuerda al mundo como es debido.
Pero yo, como pájaro-que-da-cuerda mudo e incapaz de dar cuerda al mundo, decidí volar por el cielo del verano. Volar no es tan difícil. Una vez alzas el vuelo, basta con mover las alas en el ángulo preciso y controlar la dirección y la altura. Mi cuerpo había adquirido en un instante la facultad de volar y surcaba el cielo sin dificultades, libre. Contemplaba el mundo con los ojos del pájaro-que-da-cuerda. De vez en cuando, me cansaba de volar, me posaba en una rama y observaba a través de las hojas verdes los tejados de las casas y el callejón. Observaba a las personas moviéndose por el suelo, viviendo su cotidianidad. Por desgracia, yo no podía verme. Porque jamás había visto al pájaro-que-da-cuerda y no sabía cómo era.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siento que este autor, aparte de "sexoso" como que se la truena bien y bonito. Esta padre pero no llego a comprender algo de lo que se refiere... XDDDDD que "Geni" me veo!!!!

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