martes, 24 de septiembre de 2024

Dejad a los niños

 


En el título "...niños" y en la portada una mano sirviendo el té con una tetera ensangrentada. Leí ligeramente la sinopsis, una maldición que empezó hace 100 años por los actos atroces cometidos por un hombre enfermo hacia su propia hija, ahora acecha a las hijas del matrimonio Conger... Eso de "maldición" y "hace 100 años" a mí me sonó a fantasmas en busca, ya sea de venganza o de que les den santa sepultura. 

Soy franca, sé que me pesqué el libro porque quería algo ligero, algo como las novelitas que solía leer en los libros que ofrecía el Read's Digest y que solían rondar por la casa, novelas de thriller, que parecían que los eventos terroríficos eran obras de fantasmas, pero que al final era un psicópata.

Este año me he dado a la tarea de leer literatura sublime, títulos que uno no les encuentra defecto, que tienen un prosa impecable (a pesar de sus traducciones), con estructuras sólidas, con frases que retumban y tocan fibras sensibles del alma. Dos semanas atrás, "Un debut en la vida"; una semana antes, "Tombuctú"... Y entonces, nuestro querido Mr. Bones cruzó la avenida... y bueno, quería sacarme de inmediato la sensación que me dejó Paul Auster, y tomé a Marcel Proust y, será el cansancio que se me ha cargado desde la semana del obon y rematado con el primer puente feriado de septiembre, que no lograba concentrarme en el hilo de la historia, lo que al final hizo que me inclinara por algo ligero.

Si quieres leer una pésima novela, este es el título indicado.

El prologo, eso sí, está muy redactado al estilo click bite, y te motiva a brincar al primer capítulo de los 28 que componen el libro. Un padre ha vejado a su pequeña niñita de diez años y luego abandona su cuerpo en una cueva escondida en un peligroso acantilado. Ha atacado también a un pobre conejito que, cuando vuelve a casa, recoge su cuerpecito sin vida y se lo lleva hasta su "gabinete" (a mí, esta palabra me suena rara, yo diría "despacho" o simplemente "sala de estar"). Se sienta un momento con el animal en su regazo. Luego, se va al precipicio a observar el mar y entonces se tira. 

Este hecho da comienzo a la leyenda de la cueva, la niñita y el hombre que ha pasado de generación en generación en la familia Conger y que Jack Cogner conoce muy bien, ya que a él también se la contaron de pequeño con el fin de persuadirlo para que no se acercara al peligroso acantilado.

Después del prólogo-click bite, la historia empieza con el policía de la tranquila ciudad de Port Arbello, donde nunca pasa nada y que los crímenes suceden solo en las otras ciudades de Estados Unidos. Sin embargo, ha sucedido algo, y es que la niña Anne Forager ha desaparecido y vuelto aparecer horas después en un estado deplorable. 

Este es el primer hecho fuerte con el que se encuentra el lector, desde el primer capítulo, y uno, como buen lector, se imagina que se sabrá qué demonios le ha pasado a Anne Forager, ¿verdad? Pues, no. Veintisiete capítulos después y en ninguna parte te aclaran quién la atacó, si quiera si en verdad sucedió o no, o lo más preocupante, si tiene algo que ver con la historia.

Sumado a este suceso, un año atrás, el mismo Jack Cogner, padre de Elizabeth y Sarah, acompañó a la segunda al bosque y la atacó sin ser consciente de sus actos. ¿Por qué la atacó? Ya casi al final del libro, en uno de los acartonados y desabridos diálogos que Jack mantiene con su mujer, Rose, le confiesa que ha recordado lo sucedido, que hasta ese momento lo tenía bloqueado. Recordó que esa tarde fue con Sarah al bosque y que, repentinamente, sintió que su propia hija de diez años quería seducirlo y que él quiso violarla, impulso que frenó y por eso golpeó brutalmente a su hija. Esa es la explicación que brinda Jack. Su mujer, madre de las niñas, se enfada. Y la respuesta del hombre es querer violarla, pero no puede. ¿Qué le sucedió a Jack ese día en el bosque? ¿Por qué quiso vejar a su propia hija? ¿Fue la maldición de su tío tatarabuelo o un quiebre psicótico? Ve tú a saber, porque me tragué los malditos veintiocho capítulos del libro, y en ningún momento se llega a saber si aquello fue obra de entes del más allá, o de la cueva que tiene la puerta al infierno, o si el escritor, es más bien un maldito pedófilo frustrado que su mejor manera de sublimar su perversión fue escribiendo este insulso borrio. 

Sin embargo, este no es el hilo principal de la trama. Sino más bien es Elizabeth, que tampoco se logra entender si estaba poseída o si era solo una psicópata. Y es que ese día en que Jack golpeó brutalmente a la pequeña Sarah, Elizabeth, la mayor, los observaba a lo lejos. Sarah, que al parecer había sido una niña alegre, dejó de hablar por aquel hecho, y la diagnosticaron como esquizofrénica. El padre que no recordaba que sucedió aceptó así como así que su hija se había quedado lela, y la madre, también patética, se apoya en Elizabeth, que tiene tan solo 13 años, quien es la que atiende a la desvalida. Elizabeth nunca se le ocurre decirle a su madre lo que vio aquel día, ¿por qué? No se entiende, no se deja ni siquiera sobreentendido si es la maldición que empezó hace 100 años o si la niña disfrutó perversamente de aquello. 

Elizabeth es como un ángel que cuida a su hermanita, juega con ella, y a pesar que Sarah no reacciona, Elizabeth no se impacienta con ella. 

Sin embargo, Elizabeth un día encuentra una ouija, y con ella contactó con Beth, la niña que fue abusada y asesinada por su propio padre. ¿Habló en algún momento Beth? En realidad, nunca, por lo que no se sabe si Elizabeth lo estaba inventando o en verdad ha contacto con el más allá.

La dulce Elizabeth, que parece no quebrar un plato, primero ataca al gato. Se lo lleva a la cueva oculta que, por cierto, por años la han buscado y que nadie encuentra, pero que Elizabeth va y viene, sin que le pase anda, a pesar de encontrarse entre las afiladas rocas del acantilado. Tampoco nadie se da cuenta que Elizabeth regresa con sus ropas llenas de lodo. Bueno, que primero ataca al gato; tiene con él una primera hora del té, donde lo decapita por no contestar sus preguntas. Después, invita a un niño a descubrir la cueva. Y le saca todo el rollo de la leyenda. Después, invita a otra niña, y de nuevo, se saca, casi con las mismas palabras el rollo de la leyenda. Y hacen lo mismo, cruzan el bosque, llegan al acantilado, descienden, llegan a un peñasco, siguen un túnel y luego, en el suelo, la boca de la cueva. Bien, a mitad del libro uno ya se ha tragado unas tres o cuatro veces el mismo rollo de la leyenda. Como si ya no supiera con qué más rellenar el libro, John Saul, recurre una vez más a la misma situación. Elizabeth invita a otro niño, más bien, adolescente de 14 años a buscar la cueva. Y de nuevo, viene por enésima vez la explicación de cómo cruzan el bosque, descienden el acantilado y bla, bla, bla... Por cierto, en la cueva se encuentra aún los restos mortales la pequeña Beth, la niña asesianda por su padre hace 100 años. Elizabeth los acomoda, vuelve a tener una fiesta con los secuestrados, los mata y descuartiza. Ah, pero en todo esto la ha acompañado Sarah, que solo observa, ella no habla... 

El tranquilo pueblo se llena de pánico por los niños desaparecidos... y por el hecho que en esa última fiesta que celebró Elizabeth a Sarah se le ocurrió bajar a la cueva, agarrar el brazo de Jimmy, el niño de 6 años, subir y luego volver a casa y regalárselo a su madre como ofrenda. Todos piensan que ha sido ella la secuestradora de los niños, y nunca se plantean nada raro en contra de Elizabeth. 

Pasaron quince años, los padres murieron o se suicidaron, Elizabeth, ya de 28 años no hace nada mas que estar en la casa, y ese día, donde por fin dan de alta a Sarah de la clínica de rehabilitación, las obras de construcción de no sé qué, da con la cueva y se descubren los cuerpos. Elizabeth no sabe qué pudo haber ocurrido, pero decide que mejor Sarah regrese a la clínica y... Elizabeth se sienta el sillón, con una muñequita en brazos, y luego se va al desfiladero que "para acudir a la cita".

No tiene ni pies ni cabeza la historia, no sé puede decir si una historia de fantasmas, o de niñas psicópatas, o si de maldiciones ancestrales, o si de la ouija, o de pedofilia, o de Jesucristo, ya que el título del libro procede justamente de la última frase "dejad a los niños, que vengan a mí" (que por cierto, en ninguna parte del libro hace referencia a algo religioso o espiritual, que al leer el versículo, uno termina diciendo: whatafaaa?).

domingo, 1 de octubre de 2023

La vida se desperdicia

La pequeña figura encorvada se acercó despacio a su bisnieto y le dio unos golpecitos fuertes en la rodilla.

Eso tuvo la virtud de recordar a Zaphod que estaba hablando con un fantasma, porque no sintió nada en absoluto.

-Sabes tan bien como yo lo que significa ser Presidente, joven Zaphod.

Tú lo sabes porque lo has sido, y yo lo sé porque estoy muerto, y eso le da a uno una perspectiva maravillosamente clara. Allá arriba tenemos un dicho: «La vida se desperdicia con los vivos.»


“El restaurante del fin del mundo”

Douglas Adams 

1980

1984, Editorial Anagrama 

sábado, 14 de mayo de 2022

El chiste del gato

 —Claro —concedió Anne—. Pensé que lo habías comprendido. Él está dentro de cada uno de nosotros, y es una forma de vida superior como aquella a que nos estamos refiriendo. Su presencia sería, sin ninguna duda, más manifiesta. Pero... déjame que te cuente el chiste del gato.
   «Es muy breve y simple. Una anfitriona da una fiesta y tiene un magnífico filette de dos kilos y medio sobre la mesa de la cocina, con el que preparará la cena. Ella está conversando con los invitados en la sala... Toma unas copas y todo eso. Luego vuelve a la ccocina para freir el filete y se encuentra con que ha desaparecido. Y allí está el gato de la familia, en un rincón, lavándose tranquilamente el hocico.»
 —El gato se comió el filete  —dijo Barney.
 —¿Lo hizo?  —La anfitriona llama a los invitados; todos disccuten sobre el particular. El filete ha desaparecido, los dos kilos y medio; allí está el gato, que parece satisfecho y contento. «Pesemos el gato», sugiere alguien. Todos habían tomado unas copas de más; les parece buena idea. Así que se dirigen al cuarto de baño y pesal el gato en la báscula. Marca exactamente dos kilos y medio. Todos lo comprueban, y uno de los invitados dice: «Bien, eso es. Ahí está el filete». Todos se sienten satisfechos al saber lo que sucedió; tienen una prueba empírica. Entonces una duda asalta a uno de ellos, que exclama, confundido: «Pero ¿dónde está el gato?».


"Los tres estigmas de Palmer Eldrich"
Philip K. Dick (Traducción Jordi Arbonés)
1964

sábado, 6 de noviembre de 2021

Vanity Fair

“¡Ah, Vanitas vanitatum” ¿Quién de nosotros es feliz en este mundo? ¿Quién de nosotros alcanza el logro de sus deseos, y, aun alcanzándolo, se encuentra satisfecho?”

Así termina la larga novela de William Makepace Thackeray, “Vanity fair” (La feria de las vanidades). Es larga, lo suficiente para que se vuelva costumbre leerse un capítulo antes de dormir y echarla de menos cuando se ha llegado a su fin.

     Es una novela que fue escrita por entregas entre los años 1847 y 1848 y que el autor pretendía que fuera una sátira de la sociedad aristocrática de Inglaterra. A pesar de que es una novela con 173 años, casi dos siglos si gusta redondear, bien se puede seguir aplicando a nuestros tiempos. Y supongo que es así porque en el fondo, la vanidad de la gente sigue siendo la misma. 

Cuesta trabajo al principio tomarle el ritmo porque, al menos en la traducción que yo leí, intentaron respetar el estilo antiguo para transportarnos a principios del siglo XIX, que es donde acontece la novela, cuyo telón de fondo son las guerras napoleónicas.
     Nos encontraremos que el pronombre de objeto directo estará unido al verbo en pasado, que actualmente no es muy común usar en nuestra lengua cotidiana.

 

“Amelia acababa de cumplir sus diecisiete años, y salía del colegio, terminada su educación. Era amiga íntima de Becky Sharp (único detalle de su conducta que no fue del agrado de la directora) e invitóla a pasar una semana a su lado, en la casa de sus padres…”

La historia es narrada por el mismo escritor, que aparece como un narrador hasta cierto punto omnipresente ya que, en más de una ocasión utiliza el recurso de excusarse a no explicar algún pasaje o pensamiento por cuestiones morales. Supongo que, también, el miedo a la censura de la época sería suficiente amenaza para evadir situaciones que pusieran en peligro su buena moral.

Tal como se puede consultar en la Wikipedia, la novela empieza blanca e inocente, y nos presenta a una Rebecca Sharp, "Becky", que si bien despierta para su edad, es hasta cierto punto también inocente como su mejor amiga Amelia Sedley, de no serlo así, dudo mucho que ambas pudiesen ser amigas. Amelia, es una joven patética; sí, es dulce y amable, y llena de otras cualidades que se valoraban en la mujer de tiempos pasados (espero), pero es patética. Sólo vive y respira para su amor, un joven guapo del que está perdidamente enamorada. Y, debería decirlo aquí entre nosotros, el otro personaje principal, el mejor amigo de éste, William Doblin, que de entre todo el grupo de “no héroes”, él es el que más se aproxima al héroe. A mí, que este Doblin, también estaba enamorado, platónicamente, de su amigo George, esto es algo que no está ni sugerido a la ligera en la novela, por supuesto, sino que es presentado por el amor de la amistad entre hombres.

“Demasiado modesto Dobbin para atribuir el feliz cambio de circunstancias a su comportamiento generoso y varonil, creyó que era deudor de su buena suerte al pequeño George Osborne, a quien en lo sucesivo profesó un cariño como sólo brota en los tiernos corazones de los niños. Ya con anterioridad al incidente narrado le quería en secreto, pero después se convirtió en su criado, en su esclavo, en su perro. Para Dobbin, Osborne era un conjunto de todas las perfecciones, el más guapo, el más bravo, el  más activo, el más listo, el más generoso de los niños de la creación.”

Esta novela atrapa porque nos presenta no sólo el hilo de la ambiciosa Becky Sharp, sino también mantiene la intriga entre la relación de William Dobbin y Amelia Sedley.
     Si bien, Amelia solo tenía ojos para su George que era, un jugador y bastante egoísta y vanidoso, Dobbin, a su vez, está perdidamente enamorado de Amelia desde que se vuelven a encontrar cuando ella ya es toda una bella jovencita. Para resumir el caso de William Dobbin, es el peor friend zone que se haya podido narrar en una novela.  Y, al igual que Amelia, también es patético durante toda la historia; no es sino hasta el final que, por fin, quizás un Dobbin pasado de los cuarenta, actúa con dignidad.

En la Wikipedia mencionan un hecho que es sumamente fácil de percibir. Al principio, la historia es limpia e inocente, tal como lo he mencionado pero, después de la batalla de Waterloo, empieza a tomar otro matiz, más sombrío y cruel. Makepace Thackeray empieza a matar a diestra y siniestra personajes, y nuestra audaz Becky llega a tal punto que provoca miedo.
     Becky es la anti-heroína principal de esta historia. Y es curioso que, a pesar de su comportamiento mezquino, provoque simpatía en el lector. 

Es una novela muy larga, y hay momentos un poco tediosos que no aportan mucho al desarrollo de la trama pero que, ayudan a que, cuando surgen los puntos de tensión, el lector los pueda sentir casi en carne propia.
Para mí, el primer punto álgido de la historia es el inesperado matrimonio de Becky con Rawdon Crawley, que uno no se espera en lo absoluto. El siguiente es, mi momento favorito, cuando está el hermano de Amelia, el gordinflón y vanidoso Joseph, cenando fingiendo estar impertérrito ante los sonidos de los cañones hasta que tempestad de la guerra invade Bruselas.
     George, junto con su amigo William y Rawdon han partido a la batalla. Amelia, como era de esperarse, está destrozada, llorando por el miedo de perder a su temerario marido. En el hotel, queda una Becky quitada de la pena, pensando en cómo hacer sus business, e imaginando qué hará en caso de quedar viuda. Está la mujer del comandante O’Down que se ha quedado a cuidar a Amelia, ya que Becky ha sido rechazada y con justa razón por Amelia (este es otro punto fulminante, al menos para mí, que hace valer la pena leer la novela).
     Después de que Amelia se ha tranquilizado un poco, se retira a comer con Joseph, y éste útlimo, tan ingenuo y ridículo, intenta cenar como si no estuviese estallando una guerra allá afuera.

     La comandanta, a cuya nariz llegó el olorcillo de la sopa, supuso que estaría buena y aceptó, sin hacerse rogar mucho, la invitación de Joseph.
–¡Qué Dios bendiga la comida! –dijo al sentarse a la mesa, con entonación solemne–. ¡Ah… los pobres muchachos que hoy corren a la muerte la tendrán probablemente peor!
     La comida animó a Joseph, quien quiso brindar por el regimiento, o, mejor dicho, aprovechar un pretexto para beber un par de copas de champaña.
–Beberemos a la salud del comandante O’Dowd y de sus valientes tropas –dijo–. ¿Le parece a usted bien, señora O’Dowd? Llena las copas, Isidoro. 

Isidoro dio de pronto un salto y la comandanta dejó caer el cuchillo y el tenedor. A lo lejos sonaba un ruido sordo, como el retumbar el trueno.

–¿Qué pasa? –gritó Joseph–. ¿Por qué no llenas las copas, tunante?
–C’est le feu! Contestó Isidoro corriendo hacia el balcón.
–¡Dios nos proteja! ¡Es el cañón! –exclamó la comandanta corriendo también hacia el balcón.
Segundos después, no parecía sino que toda la población de Bruselas se había lanzado a las calles.

     Que el criado de Joseph se negase a llenar las copas fue un acto de insubordinación dada la situación. En tiempos de guerra, todo es válido y todos somos iguales. Esta situación me ha hecho recordar lo que pasó el año pasado, por nuestra amada pandemia (sí, estoy siendo sarcástica) cuando se acabó el papel de baño en las farmacias y supermercados y la gente peleaba por él.
     A mí, esta cena frustrada en Joseph y la comandanta O’Dowd, se me antojó completamente cómica. Y así lo retrataron en la adaptación al cine de 1935. Los ricachones en pleno jolgorio salen aterrorizados al escuchar los cañones. Ha sido un poco lamentable que en la estupenda serie que hicieron en 2018 no hayan reflejado esa teatralidad. 

Momentos antes de esa cena, Becky se había presentado con su destrozada amiga Amelia. En esa escena será la única vez que veremos a una Amelia valiente, dejando a un lado su actitud patética que la caracteriza. En un principio, Becky ha sido humillada por George, por su pobreza. Luego, cuando Becky se casa con Rawdon y empieza a brillar en la sociedad, Becky aprovecha el momento para llevar una pequeña venganza, sin tomar en cuenta los sentimientos de su mejor amiga. Para ella es más importante humillar a quien la ha humillado. Si bien, la pobre huérfana no tiene nada salvo inteligencia y talento. Sabe hablar francés, sabe bailar y cantar, y saber tocar el piano. Ha aprendido a comportarse como una dama de la alta sociedad, y el pobre George, vano y vacuo, que carece de mayor sensibilidad, se enamora de esta nueva Becky.
     Los coqueteos por parte de ambos transcurren delante de la mirada lastimosa de Amelia. Hasta que, una vez sin su amado y preciado George, Amelia desata la furia que llevaba reprimida, le pregunta con una mezcla de decepción y odio el porqué ha seducido a su marido, y corre a la egoísta de Becky de su habitación. A pesar de que Amelia se comportó como una hermana para ella, a Becky no le importó recuperar su amistad… y cuando Amelia, después, cae en la pobreza nunca más se encontrará con la que presumía ser su mejor amiga. La una pobre y la otra irá ascendiendo en los peldaños de la feria de la vanidades, como lo diría Makepace Thackeray.
     No es hasta al final de la historia que se volverán a encontrar (te estoy hablando de quizás, 400 páginas después…) y resurgirá de nuevo la amistad para luego morir, como no podría ser de otra forma.

     Como es lo usual, uno espera que los personajes no sufran golpes fuertes, y si los sufren, uno espera que salgan airosos de ellos. Pero en esta novela no se siente así. Uno espera que haya reconciliaciones, palabras de perdón, personajes que no mueran, herencias a favor de los virtuosos, un villano que se reforme y rectifique, un padre que salga de la quiebra, un largo etcétera, y nada de esto sucede. Cuando por fin, nuestros querido William Dobbin se hace de agallas y le dice sus buenas verdades a Amelia (alguien tenía que decíselas, por favor), uno empieza a aceptar que la historia terminará mal. Sin embargo, tiene final feliz… a pesar del destino del pobre Joseph. ¿Murió? ¿Lo mataron? Yo me inclino por lo primero. Estaba enfermo, y por sus excesos en la comida, uno se imaginaría que muere de ello.
     Sobre la serie hecha en 2018, son tan solo siete episodios. Para quien le ha gustado el libro, bien vale la pena ver esa mini-serie.
Hay bastantes líneas que me gustaron que luego iré dejando por aquí.

‘...not a moral place certainly, nor a merry one, although very noisy – a world where everyone is striving for what is not worth having.’

sábado, 11 de septiembre de 2021

El abogado del diablo

 


Cuando me di cuenta que ya no había marcha atrás, que por más esfuerzos que hiciera el contacto con el mundo donde se habla español menos se me permitía, fue cuando me resigné a buscar una forma que me mantuviera cercana a él. A lo largo de los años lo único que he notado, en cuanto a mis habilidades de comunicación, es que van de picada, deteriorándose sin poder evitarlo. A veces, no me doy a entender adecuadamente ni siquiera en mi lengua, lo cual, hay que decirlo con sinceridad, es canijamente frustrante. No me quiero desviar mucho del punto principal así que sólo me limitaré a decir que, sin importar lo ocupada que esté (porque siempre lo estoy), o lo achacosa que me sienta, dejaré un libro, un libro en español, al alcance de mi mano, y disfrutaré una lectura, aunque sea de diez o quince minutos, y le daré un espacio a mi cabeza para que se deleite con lo que naturalmente entiende. Grafías que entiende, grafías que no son ajenas, y dejaré que la naturalidad de los nativos me acompañe y le de consuelo a mis días. 

Quiero leer algo ameno, sencillo, sólo para que la mente se refresque, para que piense sin darse cuenta que lo hace. Debí haber tomado un libro de algún escritor hispano, pensé pero, ¿por qué no serían válidas las palabras del traductor? No importa, al final me dije, y me decanté por un título comercial. 

"El abogado del diablo". Me sonaba de alguna parte, y cómo no, que la novela fue llevada a la pantalla grande y los personajes principales fueron interpretados por grandes estrellas de Hollywood. Sin embargo, siempre que tenía oportunidad de ver la película no me interesaba, me parecía aburrida la trama, abogados defensores, y ese rollo, y así dejaba pasar la ocasión. Nunca supe más de la cuenta, salvo algunos detalles, que seguramente Wins me platicara, ahora, no lo recuerdo más. Pero (SPOILER) sabía que Kevin era abogado y que por su actitud fría hacia la víctima inocente terminaba trabajando para Satán y las cosas no salían tan bien después. Aunque claro, siendo Keanu Reeves el rol principal, dudo que terminara en "no happy ending". 
He dicho que no he visto la película pero cuando terminé de leer el libro me quedó tal confusión que tuve que buscar las reseñas, o a ver si alguien en este largo y enorme mundo, se le había ocurrido escribir algo y decir de qué iba el final. Leí un resumen muy completo pero de la película. Me di cuenta de las significativas diferencias entre la obra principal y el filme. 

(Más spoiler). De las diferencias que me sorprendieron, y que me parecieron hasta cierto punto, más adecuadas fueron, primero, el final. Que Kevin había soñado que su esposa se había vuelto loca y que al verlo a él convertido en un ser demoníaco, decide quitarse la vida. Todo esto, un sueño, y todos felices al final. La otra diferencia que me llamó la atención fue que aquel caso que Kevin gana y que, en el libro, es motivo de su despido, era una mujer lesbiana que había atracado sexualmente a unas de sus estudiantes, una niña de 10 años. En la adaptación es un hombre el abusador. 

Ignoro qué tan grueso será el libro puesto que lo leí en el Kindle pero me lo leí en tres días. La lectura es muy fácil y aunque no hay tantos detalles, ni recursos lingüísticos, de esos que enamoran, la narración te atrapa y te hacen, como yo, querer leer el maldito final aunque ya sea media noche y al día siguiente tengas que madrugar. 
Ahora que lo pienso, que escogiera este título no fue tan casual. Y es que, así como no queriendo, leí Knulp, poco a poco, línea a línea, semana tras semana. Leía sin intensión de hacerlo pero al final lo releí. Y como no pudo ser de otra manera terminé llorando. Recordé al instante lo triste que escribe Hesse, y recordé aquella otra tristísima historia "Bajo la rueda". Y recordé un montón de cosas tristes que no eran necesarias recordarlas. Por eso para quitarme el repentino sentimiento me acerqué a un título como este de Neiderman.

A pesar que es un libro que te mantiene al filo de la intriga, no hubo ningún pasaje que me gustara. Quizás el principio, (spoiler) cuando Richard Jaffee se tira desde su piso, que es lo que dejaré por aquí. 


"Richard dejó la cartera, echó un vistazo al apartamento y a continuación atravesó lentamente la sala de estar hasta llegar a la terraza, que le proporcionaba una de las vistas más bonitas del río Hudson. Sin embargo, no se detuvo a admirar el panorama. Siguió andando con la determinación de quien siempre ha sabido exactamente adónde va. Acto seguido se subió a la tumbona para poner el pie izquierdo en la pared y apoyándose en la baranda de hierro colado se izó sobre el antepecho. Después, con un movimiento ágil y rápido, se agachó como si quisiera coger la mano de alguien que estuviera colgado en el vacío y se lanzó de cabeza a la calzada, quince plantas más abajo." (El abogado del diablo, Andrew Neiderman, 1990). 

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