En el título "...niños" y en la portada una mano sirviendo el té con una tetera ensangrentada. Leí ligeramente la sinopsis, una maldición que empezó hace 100 años por los actos atroces cometidos por un hombre enfermo hacia su propia hija, ahora acecha a las hijas del matrimonio Conger... Eso de "maldición" y "hace 100 años" a mí me sonó a fantasmas en busca, ya sea de venganza o de que les den santa sepultura.
Soy franca, sé que me pesqué el libro porque quería algo ligero, algo como las novelitas que solía leer en los libros que ofrecía el Read's Digest y que solían rondar por la casa, novelas de thriller, que parecían que los eventos terroríficos eran obras de fantasmas, pero que al final era un psicópata.
Este año me he dado a la tarea de leer literatura sublime, títulos que uno no les encuentra defecto, que tienen un prosa impecable (a pesar de sus traducciones), con estructuras sólidas, con frases que retumban y tocan fibras sensibles del alma. Dos semanas atrás, "Un debut en la vida"; una semana antes, "Tombuctú"... Y entonces, nuestro querido Mr. Bones cruzó la avenida... y bueno, quería sacarme de inmediato la sensación que me dejó Paul Auster, y tomé a Marcel Proust y, será el cansancio que se me ha cargado desde la semana del obon y rematado con el primer puente feriado de septiembre, que no lograba concentrarme en el hilo de la historia, lo que al final hizo que me inclinara por algo ligero.
Si quieres leer una pésima novela, este es el título indicado.
El prologo, eso sí, está muy redactado al estilo click bite, y te motiva a brincar al primer capítulo de los 28 que componen el libro. Un padre ha vejado a su pequeña niñita de diez años y luego abandona su cuerpo en una cueva escondida en un peligroso acantilado. Ha atacado también a un pobre conejito que, cuando vuelve a casa, recoge su cuerpecito sin vida y se lo lleva hasta su "gabinete" (a mí, esta palabra me suena rara, yo diría "despacho" o simplemente "sala de estar"). Se sienta un momento con el animal en su regazo. Luego, se va al precipicio a observar el mar y entonces se tira.
Este hecho da comienzo a la leyenda de la cueva, la niñita y el hombre que ha pasado de generación en generación en la familia Conger y que Jack Cogner conoce muy bien, ya que a él también se la contaron de pequeño con el fin de persuadirlo para que no se acercara al peligroso acantilado.
Después del prólogo-click bite, la historia empieza con el policía de la tranquila ciudad de Port Arbello, donde nunca pasa nada y que los crímenes suceden solo en las otras ciudades de Estados Unidos. Sin embargo, ha sucedido algo, y es que la niña Anne Forager ha desaparecido y vuelto aparecer horas después en un estado deplorable.
Este es el primer hecho fuerte con el que se encuentra el lector, desde el primer capítulo, y uno, como buen lector, se imagina que se sabrá qué demonios le ha pasado a Anne Forager, ¿verdad? Pues, no. Veintisiete capítulos después y en ninguna parte te aclaran quién la atacó, si quiera si en verdad sucedió o no, o lo más preocupante, si tiene algo que ver con la historia.
Sumado a este suceso, un año atrás, el mismo Jack Cogner, padre de Elizabeth y Sarah, acompañó a la segunda al bosque y la atacó sin ser consciente de sus actos. ¿Por qué la atacó? Ya casi al final del libro, en uno de los acartonados y desabridos diálogos que Jack mantiene con su mujer, Rose, le confiesa que ha recordado lo sucedido, que hasta ese momento lo tenía bloqueado. Recordó que esa tarde fue con Sarah al bosque y que, repentinamente, sintió que su propia hija de diez años quería seducirlo y que él quiso violarla, impulso que frenó y por eso golpeó brutalmente a su hija. Esa es la explicación que brinda Jack. Su mujer, madre de las niñas, se enfada. Y la respuesta del hombre es querer violarla, pero no puede. ¿Qué le sucedió a Jack ese día en el bosque? ¿Por qué quiso vejar a su propia hija? ¿Fue la maldición de su tío tatarabuelo o un quiebre psicótico? Ve tú a saber, porque me tragué los malditos veintiocho capítulos del libro, y en ningún momento se llega a saber si aquello fue obra de entes del más allá, o de la cueva que tiene la puerta al infierno, o si el escritor, es más bien un maldito pedófilo frustrado que su mejor manera de sublimar su perversión fue escribiendo este insulso borrio.
Sin embargo, este no es el hilo principal de la trama. Sino más bien es Elizabeth, que tampoco se logra entender si estaba poseída o si era solo una psicópata. Y es que ese día en que Jack golpeó brutalmente a la pequeña Sarah, Elizabeth, la mayor, los observaba a lo lejos. Sarah, que al parecer había sido una niña alegre, dejó de hablar por aquel hecho, y la diagnosticaron como esquizofrénica. El padre que no recordaba que sucedió aceptó así como así que su hija se había quedado lela, y la madre, también patética, se apoya en Elizabeth, que tiene tan solo 13 años, quien es la que atiende a la desvalida. Elizabeth nunca se le ocurre decirle a su madre lo que vio aquel día, ¿por qué? No se entiende, no se deja ni siquiera sobreentendido si es la maldición que empezó hace 100 años o si la niña disfrutó perversamente de aquello.
Elizabeth es como un ángel que cuida a su hermanita, juega con ella, y a pesar que Sarah no reacciona, Elizabeth no se impacienta con ella.
Sin embargo, Elizabeth un día encuentra una ouija, y con ella contactó con Beth, la niña que fue abusada y asesinada por su propio padre. ¿Habló en algún momento Beth? En realidad, nunca, por lo que no se sabe si Elizabeth lo estaba inventando o en verdad ha contacto con el más allá.
La dulce Elizabeth, que parece no quebrar un plato, primero ataca al gato. Se lo lleva a la cueva oculta que, por cierto, por años la han buscado y que nadie encuentra, pero que Elizabeth va y viene, sin que le pase anda, a pesar de encontrarse entre las afiladas rocas del acantilado. Tampoco nadie se da cuenta que Elizabeth regresa con sus ropas llenas de lodo. Bueno, que primero ataca al gato; tiene con él una primera hora del té, donde lo decapita por no contestar sus preguntas. Después, invita a un niño a descubrir la cueva. Y le saca todo el rollo de la leyenda. Después, invita a otra niña, y de nuevo, se saca, casi con las mismas palabras el rollo de la leyenda. Y hacen lo mismo, cruzan el bosque, llegan al acantilado, descienden, llegan a un peñasco, siguen un túnel y luego, en el suelo, la boca de la cueva. Bien, a mitad del libro uno ya se ha tragado unas tres o cuatro veces el mismo rollo de la leyenda. Como si ya no supiera con qué más rellenar el libro, John Saul, recurre una vez más a la misma situación. Elizabeth invita a otro niño, más bien, adolescente de 14 años a buscar la cueva. Y de nuevo, viene por enésima vez la explicación de cómo cruzan el bosque, descienden el acantilado y bla, bla, bla... Por cierto, en la cueva se encuentra aún los restos mortales la pequeña Beth, la niña asesianda por su padre hace 100 años. Elizabeth los acomoda, vuelve a tener una fiesta con los secuestrados, los mata y descuartiza. Ah, pero en todo esto la ha acompañado Sarah, que solo observa, ella no habla...
El tranquilo pueblo se llena de pánico por los niños desaparecidos... y por el hecho que en esa última fiesta que celebró Elizabeth a Sarah se le ocurrió bajar a la cueva, agarrar el brazo de Jimmy, el niño de 6 años, subir y luego volver a casa y regalárselo a su madre como ofrenda. Todos piensan que ha sido ella la secuestradora de los niños, y nunca se plantean nada raro en contra de Elizabeth.
Pasaron quince años, los padres murieron o se suicidaron, Elizabeth, ya de 28 años no hace nada mas que estar en la casa, y ese día, donde por fin dan de alta a Sarah de la clínica de rehabilitación, las obras de construcción de no sé qué, da con la cueva y se descubren los cuerpos. Elizabeth no sabe qué pudo haber ocurrido, pero decide que mejor Sarah regrese a la clínica y... Elizabeth se sienta el sillón, con una muñequita en brazos, y luego se va al desfiladero que "para acudir a la cita".
No tiene ni pies ni cabeza la historia, no sé puede decir si una historia de fantasmas, o de niñas psicópatas, o si de maldiciones ancestrales, o si de la ouija, o de pedofilia, o de Jesucristo, ya que el título del libro procede justamente de la última frase "dejad a los niños, que vengan a mí" (que por cierto, en ninguna parte del libro hace referencia a algo religioso o espiritual, que al leer el versículo, uno termina diciendo: whatafaaa?).