martes, 12 de enero de 2010

Como un pedo

Kafka en la orilla
Haruki Murakami

Los dos cruzaron un seto bajo y entraron en el bosquecillo del santuario sintoísta. El Coronel Sanders se sacó una pequeña linterna del bolsillo y dirigió el haz de luz hacia el suelo. Había un sendero estrecho. No era un bosquecillo muy grande, pero los árboles eran todos, sin excepción, viejos, grandes, con tupidas ramas entrelazadas que formaban una oscura techumbre sobre sus cabezas. El suelo despedía un intenso olor a hierba.
El Coronel Sanders iba delante, pero, a diferencia de antes, en ese momento avanzaba muy despacio. Daba un paso y otro paso con precaución, a la luz de la linterna, mirando atentamente dónde ponía los pies. Hoshino lo seguía.
—¡Eh, abuelo! ¿Y esto qué es? ¿Una machada o qué? —dijo el joven hacia la blanca espalda del Coronel Sanders—. ¡Aaah! ¡Un fantasma!
—¿No piensas parar de decir tonterías? ¿Por qué no te callas un poquito para variar? —dijo el Coronel Sander sin volverse.
—Vale, vale.
«¿Qué estará haciendo Nakata en este momento?», pensó el joven. «Seguro que aún debe estar metido en el futón, durmiendo a pierna suelta. El tío, una vez que se duerme, ya no hay quien lo despierte. Desde luego, la expresión "dormir como un tronco" debieron de inventarla pensando justamente en él.» Pero lo que Nakata soñaba durante las largas horas que permanecía dormido, eso el joven no podía ni imaginarlo.
—¡Eh, abuelo! ¿Falta mucho?
—Ya estamos llegando —respondió el Coronel Sanders.
—Oye, abuelo —dijo el joven.
—¿Qué?
—¿Eres el Coronel Sanders de verdad?
El Coronel Sanders carraspeó.
—No. Pero he adoptado su aspecto por el momento.
—Ya me parecía a mí —dijo el joven—. Entonces, abuelo, ¿quién eres en realidad?
—No tengo nombre.
—¿Y no tienes problemas, así, sin nombre?
—Ningún problema. Yo, en principio, no tengo ni nombre ni forma.
—¡Anda! Como un pedo.

El banquete

Kafka en la orilla
Haruki Murakami

—Según la historia de Aristófanes que sale en El banquete de Platón, en el mundo mítico de la Antigüedad había tres clases de seres humanos —dice Oshima—. ¿Lo sabías?
—No —respondo.
—El mundo antiguo no estaba compuesto por hombres y mujeres sino por hombres-hombres, hombres-mujeres y mujeres-mujeres. Es decir, que un ser humano comprendía dos personas de ahora. Y así vivían todos satisfechos y felices. Sin embargo los dioses los partieron a todos con un cuchillo por la mitad. De un corte limpio. Como resultado, el mundo se dividió en hombres y mujeres, y desde entonces los seres humanos van corriendo desesperados de un lado para otro buscando la mitad que les falta.

Hombres huecos

Kafka en la orilla
Haruki Murakami

Pero, tal como puedes ver, también soy un ser humano y también me he sentido discriminado en diversas ocasiones —explica Oshima—. Y sólo una persona que haya sido discriminada sabe lo que eso representa y lo profundamente que hiere. La herida es diferente en cada persona y en cada persona deja una huella distinta. Así que a mí nadie me gana en lo que se refiere a pedir justicia o equidad. Sólo que ya estoy más que harto de la gente sin imaginación. De ese tipo de gente que T.S. Eliot llama «hombres huecos». Personas que suplen su falta de imaginación, esa parte vacía, con filfa insensible y que van por el mundo sin percatarse de ello. Personas que intentan imponer a la fuerza a los demás esa insensibilidad soltando, una tras otra, palabras huecas.

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