Aquellos pasillos habían sido diseñados para que sirvieran como caminos en los que los ricos y los famosos podían pasear tranquilamente sin ser molestados por el populacho.
Pero mientras Xizor caminaba por uno de esos senderos protegidos, con sus cuatro guardaespaldas precediéndole o yendo detrás de él, un intruso apareció ante ellos y abrió fuego contra el Príncipe Oscuro con un desintegrador.
Uno de los dos guardaespaldas que abrían la marcha recibió un impacto directo en el pecho. El haz de energía atravesó la coraza oculta que llevaba debajo de la ropa y lo derribó. Xizor vio que la herida del pecho humeaba mientras el guardia gemía y rodaba por el suelo hasta quedar inmóvil sobre la espalda.
El segundo guardia devolvió el fuego y, ya fuese por habilidad o por pura suerte, consiguió que su disparo diera en el desintegrador que empuñaba el asesino y se lo arrancara de la mano. La amenaza había desaparecido.
El atacante aulló y se lanzó sobre Xizor y los guardias restantes, con las manos desnudas
alzadas delante de él.
Xizor, sintiéndose cada vez más intrigado, siguió su carga con los ojos. El asesino era alto y muy corpulento, más que cualquiera de los guardias y mucho más que Xizor. Tenía la constitución de un levantador de pesos en alta gravedad, y el que estuviera dispuesto a atacar a tres hombres armados sin tener ningún arma indicaba un obvio estado de enloquecimiento y una total ausencia de control racional.
Qué interesante.
—No disparéis —dijo Xizor.
El hombre estaba a sólo veinte metros de ellos, y se aproximaba muy deprisa.
El Príncipe Oscuro se permitió una de sus casi imperceptibles sonrisas.
—No hagáis nada —dijo—. Es mío.
Los tres guardaespaldas enfundaron sus desintegradores y se hicieron a un lado. Llevaban el tiempo suficiente con Xizor para saber que nunca debían cuestionar sus órdenes. Quienes lo hacían acababan como el guardia todavía humeante que yacía sobre las relucientes losas de mármol del suelo.
El asesino prosiguió su carrera, lanzando gritos incoherentes.
Xizor esperó. Cuando el hombre ya casi estaba encima de él, el Príncipe Oscuro giró ágilmente sobre los dedos de sus pies y dejó caer la palma de su mano sobre la nuca del hombre mientras éste pasaba corriendo junto a él. El impulso extra añadido por el golpe bastó para desequilibrar al enfurecido atacante, haciendo que tropezara y cayera. El hombre consiguió convertir la caída en una torpe voltereta sobre el hombro. Después se levantó, giró sobre sus talones y se encaró con Xizor. Parecía haber decidido ser un poco más cauteloso. El hombre volvió a avanzar, esta vez más lentamente y con los puños apretados delante de él.
—¿Cuál es el problema, ciudadano? —preguntó Xizor.
—¡Asqueroso asesino! ¡Alimaña viscosa!
El hombre se acercó un poco más y lanzó un puñetazo contra la cabeza de Xizor. Si el golpe hubiera llegado a su objetivo, habría roto algún hueso. Xizor se agachó y lo esquivó, pateando al atacante en el estómago con la puntera de su bota derecha mediante el mismo movimiento y dejándole sin respiración.
El atacante retrocedió unos cuantos pasos, tambaleándose e intentando recuperar el aliento.
—¿Nos conocemos? Tengo una memoria excelente para las caras, y no recuerdo la tuya. Xizor vio que tenía una motita de polvo en el hombro de su chaqueta y se la quitó con la mano.
—Tú mataste a mi padre. ¿Te has olvidado de Colby Hoff?
El hombre volvió a lanzarse a la carga, agitando frenéticamente los puños de un lado a otro. Xizor se hizo a un lado y, casi sin mirar, descargó su puño sobre la cabeza del hombre en un impacto tan potente como el de un martillo. El atacante volvió a caer al suelo.
—Te equivocas, Hoff. Que yo recuerde, tu padre se suicidó. Se metió el cañón de un desintegrador en la boca y se voló toda la parte de atrás de la cabeza, ¿no? Muy poco elegante, desde luego...
Hoff se levantó del suelo, y su rabia volvió a impulsarlo hacia Xizor.
Xizor dio un veloz paso hacia la derecha para esquivar su acometida y hundió el tacón de su bota izquierda en la rodilla izquierda de Hoff. Un instante después oyó cómo la articulación se rompía con un chasquido húmedo cuando el golpe dio en el objetivo.
Hoff cayó al suelo. Su pierna izquierda ya no era capaz de sostener su peso.
—¡Tú arruinaste a mi padre! —gritó mientras intentaba levantarse apoyándose en la otra rodilla.
—Éramos dos hombres de negocios que competían entre sí —dijo Xizor sin inmutarse—. Él se lo jugó todo basándose en la convicción de que era más inteligente que yo. Un error realmente muy estúpido... Si no puedes permitirte perder, no deberías jugar.
—¡Voy a matarte!
—No lo creo —dijo Xizor. Se colocó detrás del herido, moviéndose muy deprisa para alguien de su tamaño, y agarró la cabeza de Hoff con ambas manos—. Quizá no lo sabías, pero debes comprender que enfrentarse a Xizor significa ser derrotado. Cualquier persona mínimamente razonable te dirá que tratar de atacarme también puede ser considerado como un suicidio. Y después de haber pronunciado esas palabras, Xizor hizo girar la cabeza de Hoff entre sus manos con un salvaje tirón.
El chasquido de las vértebras resonó de forma claramente audible por todo el pasillo.
—Sacad esto de aquí —dijo Xizor, volviéndose hacia sus guardias—. Ah, e informad a las autoridades del destino sufrido por este pobre joven.
Bajó la mirada hacia el cadáver. No sentía ningún remordimiento. Era como haber pisado a una cucaracha. Aquello no significaba absolutamente nada para él.