miércoles, 29 de octubre de 2014

Mayu

     Quizás en aquel momento a los dos nos vino al pensamiento Mayu.
     Por alguna razón, el sol, la conversación sobre mi hermano, la atmósfera de aquel día, me había inducido fuertemente a pensar en Mayu, en el hecho de que ella estuviera entre Ryūichirō y yo. En aquel cielo, en aquel paisaje, había algo que se le parecía tanto que me extrañaba no haber pensado en ella hasta ese momento.
     Sus dientes blancos como las perlas, las manos que, siempre, desde niña, había tenido pequeñas.
     Su espalda, sus hombros encorvados mientras comía sandía. Sus piernas estiradas, las uñas de los pies pintadas.
     Los reflejos castaños de sus cabellos recién pintados.
     Todo eso. Le gustaba los días de buen tiempo, y los que más le importaba de un apartamento era que estuviera bien orientado al sol.
     Su sonrisa, su sonrisa infinitamente delicada, de una dulzura especial, su risa, que se expandía como círculos en el agua, resonante como una campanilla.
     Todas estas imágenes de Mayu volvieron a presentárseme de improviso con una vitalidad impresionante, y el deseo de verla se hizo apremiante, doloroso, insostenible.
     Parecía absurdo que por primera vez desde su muerte sintiese precisamente bajo aquel cielo extranjero un deseo tan fuerte de ver a mi hermana, con la que nunca más podría reunirme. Creo que fue porque hasta ese momento había alimentado en alguna parte de mi corazón una especie de resentimiento hacia ella, como si me hubiera sentido ofendida, traicionada por ella por haber muerto antes que yo, pensando sólo en ella.

"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.208

Kozumi

     —Nací en un pueblo de pescadores de la provincia de Shizuoka —sonrió Kozumi—. Creo que mi padre era tío de mi madre. O quizá tuvieran una relación de parentesco todavía más estrecha, no estoy seguro. —No especificó nada más al respecto—. Pero todos mis hermanos tenían un aspecto completamente normal.
     (...)
     —Mis padres eran unas personas muy corrientes. Mi padre era un pescador fuerte y robusto, y mi madre, la típica mujer gorda de pueblo. Los dos eran muy buena gente, todos los vecinos los querían. Tuvieron cinco hijos. Un chico y una chica mayores que yo, y otros dos chicos más pequeños. Como la casa no tenía muchas habitaciones, dormíamos los cinco juntos. Nuestra madre nos regañaba, porque armábamos tanto jaleo que era imposible dormir. Siempre estábamos contentos, todos y cada uno de los días de nuestras vida. Así transcurrió nuestra infancia.
     »La hora de la cena también era un auténtico barullo, éramos tan alegres y alborotábamos tanto que reinaba una confusión total. Mi hermano y mi hermana, algo más mayores, cuidaban de nosotros, los tres pequeños. Dejadme que os lo diga, éramos felices. Para que os hagáis una idea, de pequeño nunca sufí por el hecho de tener la piel más clara que los demás.
     »Yo sentía que era diferente a mis hermanos en algo, pero no en eso. A veces, no sabía por qué, tenía premoniciones: sabía qué tiempo haría, si alguien se haría daño, las notas de los exámenes escritos. Cosas sin importancia.
     »Pero había una cosa que me daba mucho miedo y que no me atrevía a confiar a nadie. Cuando se hacía de noche y seguíamos alborotando como siempre a la tenue luz de una lamparilla, oíamos acercarse los pasos de mamá. La puerta se abría de repente y ella gritaba: "¡Basta ya, a dormir!". Nos reíamos, nos poníamos a hablar en voz baja... y finalmente nos quedábamos dormidos. Yo también dormía como un lirón. Acababa un día hermoso y el siguiente sería igual de feliz.
     »Pero a veces me despertaba de pronto en mitad de la noche. No me sucedía con frecuencia, creo que una vez al año.
     »Me despertaba tan bruscamente que pensaba que alguien había encendido la luz. Siempre sucedía así. Después percibía un olor a azufre. "¿Qué será?", me preguntaba, y lo primero que se me ocurría era que alguien se había tirado un pedo. Pero no se trataba de un olor tan banal. Era un olor del que me resultaba imposible liberarme: parecía provenir de mi propio cerebro. Yo miraba a mis hermanos: iluminados por la luz de la luna y por la de la lamparilla, dormían inmóviles como muertos, pero con la sana respiración del sueño. Era una escena tranquila y sosegaste. Me quedaba contemplando el rostro de mi hermana, las cejas esperar de mi hermano mayor, las naricitas de mis hermanos pequeños. Me parecían más débiles, más vulnerables que de día, y eso me entristecía un poco. Pero a la mañana del siguiente día todos se despertarían alborotando, se pelearían por entrar en el cuarto de baño, verían la televisión, serían antipáticos y adorables. Volvería la alegría y yo ya no estaría solo. Pensar en eso me hacía feliz, sentía que dentro de poco me quedaría dormido. Pero el olor a azufre no se iba. Después, de repente, una voz susurraba algo, siempre lo mismo. "Sólo quedarás tú", decía.

"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.167

martes, 28 de octubre de 2014

Televisor

Me acordé de una frase de Yõko Ono que había leído en algún sitio.
Decía más o menos así: «A menudo pensamos que el televisor es como un amigo, pero en realidad no es muy diferente a un muro. De hecho, aunque entre un ladrón y mate al dueño de la casa, el televisor continúa transmitiendo como si nada».

"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p. 133

La zona muerta

Si le había ocurrido al protagonista de La zona muerta, que había sufrido una lesión cerebral, por qué no iba a ocurrirme a mí.
Pero da igual, no me importa morir.
He llevado una vida interesante y no me arrepiento de nada. Yo, que no tengo ni obras, ni herencia, ni hijos, ni nada para dejar, desapareceré así, en un instante.

"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p. 119

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Yo no me considero una persona normal.
Me he dado un golpe en la cabeza, tengo una familia complicada y diversos problemas. Todo ello me provoca cierta inquietud.
Así que no hago más que pensar en el significado de la vida y en cosas por el estilo, pero no me apetece compartir estos pensamientos con los demás. Porque, además, aunque uno no hable de ellos, acaba compartiéndolos igualmente. No es necesario hablar de ellos y comprenderlos juntos. Hacerlo es una equivocación. Cuando se empieza a contar algo precioso, ese algo se desgasta de forma progresiva. La gente se tranquiliza así, pero no se da cuenta de que, al final, de esos pensamientos importantes sólo quedan los contornos.

"Amrita" 
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p.71

lunes, 27 de octubre de 2014

Todos fantasmas

Miré la foto en la que se nos veía a mi padre y a mí jugando en el parque, en una caja de arena. Aún podía percibir el olor a aire húmedo de aquel día. En otra de las fotos aparecían él y mi madre jugando en la playa, bajo un sol abrasador.
Aunque todo lo que pertenece al pasado no se pueda cambiar ni mover, el color del espacio que flota en las fotografías me asalta como si estuviera vivo.
Pensé en Miyamoto: quizás aquella noche estuviera hojeando un álbum de fotos con mi mismo estado de ánimo. Al igual que ella, yo también estaba marcada por las indelebles huellas del pasado, que flotaban en el presente como en un espacio suspendido. Quizás nos pareciéramos en eso.
Continué hojeando el álbum.
La caligrafía de mi padre en las notas que aparecían junto a algunas fotos.
Los garabatos de Mayu.
Todos fantasmas.
Que ahora yo, sentada aquí, miro.

"Amrita"
Banana Yoshimoto
TusQuets Editores
México, 2013
p. 60

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